¡Qué apasionante me sigue pareciendo la vida de Josías! Este rey fue uno de los últimos del reino de Judá antes de que este reino fuese deportado a Babilonia. Las reformas religiosas que emprendió fueron muy relevantes y, en especial, la celebración de la Pascua que fue su culminación.
Su historia está descrita en 2ª Reyes 22 al 23.30 y en 2ª Crónicas capítulos 34 y 35.
Este rey ascendió al trono a la edad de ocho años, y a la temprana edad de dieciséis años comienza a buscar a Dios. A los veintidós años obedece de manera visible los mandatos claros que contienen los diez mandamientos (Ex. 20.2-6; Deut. 5. 7-10) y que, seguramente, los habría aprendido desde muy pequeño. El de no tener dioses aparte del Señor ni adorarlos, serían algunos de los que habría aprendido de memoria.
La obediencia a estos mandamientos es lo que emprende Josías como inicio a toda la profunda reforma que acomete. La versión de la BLA[1] dice que comenzó a limpiar el territorio sobre el que tenía influencia de todos los símbolos que había de idolatría. La descripción es muy significativa: derribó, destrozó, despedazó, redujo a polvo, quemó… El escritor utiliza diferentes verbos para enfatizar la contundencia con la que actuó contra los innumerables ídolos que el pueblo de Israel había erigido, y que adoraba. En el libro de Reyes incluso señala que quitó y mató a los sacerdotes que servían a otros dioses, que eliminó la prostitución que estaba establecida para la diosa Asera, así como el rito de pasar a los niños por el fuego.
Exodo 20. 3 y 5 dice “No tendrás dioses ajenos delante de mí… no los adorarás ni los servirás…” Josías se toma muy en serio los mandamientos de Dios y comienza por el principio.
Pero ¿qué hace a continuación? Cuatro años más tarde, con veintiséis, toma una nueva iniciativa y es la de reparar el templo. En ese tiempo, el templo, además de ser el centro de la adoración del pueblo de Israel, era lugar donde Dios se manifestaba.
De nuevo para Josías lo importante es lo importante: que Dios ocupe su lugar en medio de su vida y del pueblo que dirige.
Sin embargo, durante esa reconstrucción sucede un hecho “providencial”, y es que aparece el libro de la ley del Señor. Hay comentaristas que señalan que este libro era el de Deuteronomio pero lo importante es que, al comprobar qué era, solicita que le lean de inmediato el texto. Y así, tan pronto como lo escucha y entiende su significado, rasga sus vestiduras en señal de tristeza y contrición; y les pide a sus ayudantes que consulten a Dios por él a través de una profetisa, que se llamaba Hulda.
De nuevo Josías, sigue manifestando que tiene el rumbo bien fijado en su vida: escuchar la palabra de Dios y obedecerla.
Y el corazón de Josías se enterneció (así lo señala el texto bíblico en la versión LBA), otras versiones dicen “conmovió”. Algo tierno es lo contrario de duro. Hulda le dice que, como consecuencia de haber tenido esa actitud de humillación, y aunque Dios no iba a dejar de ejecutar el juicio contra Judá (hay que recordar que el reino del norte, denominado Israel después de la segregación, ya había sido deportado) sí que lo iba a retrasar para que él no lo viviera.
La misericordia de Dios alcanza a Josías, como lo sigue haciendo en nuestra vida si manifestamos esa sensibilidad de corazón.
Pero Josías, aunque ya sabe que los juicios no caerán durante su reinado, quiere llevar su compromiso con Dios hasta hacerlo público en la forma de un pacto, que era lo que se hacía en ese momento histórico. Pero no piensa en hacerlo él solo con Dios, no. Involucra a todo el pueblo sobre el que gobernaba “desde el mayor hasta el menor”. Dice el texto bíblico que ese pacto consistió en “andar en pos del Señor y de guardar sus mandamientos, sus testimonios, y sus estatutos con todo el corazón y con toda su alma, para cumplir las palabras del pacto escritas en el libro (de la ley)”.
Ahora Josías sí que da por finalizada las reformas que tanto él como el pueblo necesitaba. Y sí, ahora sí es el momento de la celebración, del recuerdo de donde vienen y quién lo ha hecho posible. Su búsqueda de Dios culmina en la celebración de la redención, de la Pascua.
La celebración tiene valor cuando realmente se llega a ser consciente de lo que significa quién es Dios, lo que Él quiere que sea la vida en comunión con Él, cuando se busca su presencia y cuando se le escucha y obedece, y cuando hay un compromiso firme de seguirle. Josías celebra porque para él sí tiene significado lo que se celebra.
De hecho, el orden en el que se van desarrollando los acontecimientos en la historia de Josías pueden tener sentido hoy, y lo tiene para nuestras vidas a la hora de celebrar. Después de miles de años, y teniendo en cuenta el contexto en que nos encontramos que el de este lado de la cruz.
Buscar y reconocer a Jesús como salvador y señor de la auténtica vida, tiene significado. Las palabras de Jesús resuenan y se hacen vívidas: “Pedid y se les dará, buscad y hallarán, llamad y se les abrirá…”.
Quitar todo aquello que puede estar ocupando el lugar de Dios es relevante para nuestras vidas. Hay innumerables enseñanzas y exhortaciones de Jesús en este sentido. Él afirmó de manera categórica:” yo soy el camino, y la verdad y la vida”. No puede haber otro señor que reine en la vida de cada persona.
El permanecer en Jesús por encima de todas las circunstancias es crucial para la vida: ”Permaneced en mí, y yo en vosotros… el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto porque separados de mí nada podéis hacer… si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.
Si como Josías, vamos siguiendo este sendero por el que anduvo, tiene muchísimo sentido celebrar que Jesús murió y resucito para darnos vida. Renunció a su gloria, descendió a esta tierra, murió como un delincuente, dejó todo por mí, experimentó la muerte como Dios: se hizo, hasta en eso, como un ser humano ¿no es motivo suficiente para celebrarlo?
Además, esa es la nueva Pascua que ahora se nos dice que celebremos. Lucas, entre otros, nos recuerda las palabras de Jesús en el momento de la última cena: “Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca…” y el apóstol Pablo también nos lo recuerda en 1 Corintios 11 “… todas las veces que comieres este pan y bebieres esta copa la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga”.
Celebremos con sentido la muerte y resurrección de Jesús. Es la liberación, la redención, la nueva vida que ya hemos comenzado a disfrutar en esta tierra, pero que se hará plena cuando Jesús vuelva por segunda vez; pero que todavía la seguiremos conmemorando. Jesús ya lo adelantó: “Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vida, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.
[1] Biblia de las Américas.
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