Y los dije: Yo soy Jehová vuestro Dios; no temáis a los dioses de los amorreos, en cuya tierra habitáis; pero no habéis obedecido a mi voz.
Jueces 6:10
En el relato de Gedeón tenemos una importante reflexión sobre el temor. Tanto él como el resto del pueblo vivían con pánico a los vecinos madianitas que arrasaban con sus cosechas y alimentos (Jue 6:1-7). Eso les hacía vivir escondidos en cuevas y buscando formas de sobrevivir. Lo curioso es que Dios mismo dijo que esto comenzó porque le dejaron a él, y porque habían “temido” a los dioses de las comunidades vecinas, desobedeciendo.
El temor es algo complejo. Tememos a lo que creemos más grande, poderoso y peligroso que nosotros, a lo que no podemos controlar. Ese temor también puede estar relacionado con dónde ponemos la confianza y con lo que admiramos. Israel dejó de poner en el único Dios su mirada y temor. Creyó que aquellos dioses eran más dignos y poderosos que Él, sustituyéndolo (Jue 2:12). La consecuencia ya la conocemos.
En esas circunstancias Gedeón tiene un encuentro revelador con el ángel de Jehová. Al darse cuenta de quién es, también le teme (Jue 6:22-23). El ángel de Jehová le responde que no lo haga y le bendice con paz. Como resultado, Gedeón llama a aquel lugar “Jehová es paz”. A diferencia del temor a otros dioses, a cualquier cosa que no sea Dios, que nos lleva a la desconfianza, la falta de paz y al miedo, el temor de Jehová nos lleva a la confianza y a la paz.
Lo contrario del temor no es la valentía, sino la confianza. Temer a Dios es poner nuestra fe en algo seguro y es ahí cuando uno puede reaccionar y tomar decisiones con determinación y calma. Esto es diferente a la parálisis o al esconderse cuando nos invade el pánico, y también a comportarse de forma envalentonada, temeraria e imprudente.
Foto de Joshua Earle en Unsplash
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