Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
Mateo 5:43-45

Nuestros enemigos

¿Quién es nuestro enemigo? Quizá nadie nos persiga para hacernos daño, ni está por ahí diciendo pestes de nosotros. A lo mejor somos de aquellos de los que nadie nos odia. Aunque puede que sí y no lo sepamos. Enemigos podrían ser también aquellos que, sin odiarnos, sí que no les somos gratos. Seguro que hay varios que nos vienen a la mente.

O podemos verlo desde otra perspectiva. Son los que nos desagradan a nosotros, aunque no lleguemos a despreciarlos. Los que no nos podemos quitar de la cabeza. Con quienes nos imaginamos situaciones y encontronazos en los que podríamos ponerles en evidencia. Con los que preferimos no tropezarnos. Quienes nos han tratado injustamente.

La bendición de los enemigos

Jesús nos dice que hagamos algo antinatural con todas estas personas. Podríamos pensar que con dejar de pensar en ellos es suficiente, pero no, él nos dice: ¿y si los mantienes en tu mente?: habla bien de ellos, sobre todo cuando te dirijas a Dios, busca y pide que le sucedan cosas buenas.

No desees que ellos fracasen, ni que queden en evidencia delante de ti. No fantasees con que se humillen por haberte hecho daño, ni que todos los que les rodean se den cuenta de sus errores.

La razón o motivo que pone Jesús para reaccionar de esta forma no es tanto porque así el otro se dará cuenta de su mal, sino porque es así como Dios nuestro padre suele respondernos a nosotros como humanos, distribuyendo el bien a todos. Bendecir es parte del ser de Dios y él desea que le imitemos como hijos.

La oración por los enemigos

¿Y por qué orar por ellos? Pues porque a su vez es la respuesta natural de una persona con un corazón que responde con misericordia y por otro lado porque al poner a nuestro enemigo delante de Dios, es también la forma en la que Dios puede hacernos como él. Posibilita un proceso de transformación.

David Brainerd fue un hombre de oración constante. En su diario estas palabras después en las que describe su curación después  de haber pasado un tiempo de intercesión: “creo que nunca antes había sentido tanto afecto y amor por aquellos, que según tengo entendido, son mis enemigos. Hubo un tiempo en el que quería ver lo mejor en todos, de manera que no creía que en mi alma existiese nada parecido a la enemistad y al odio. Me parecía que todo el mundo debería ser amigo de los demás. Nunca había orado con tanta libertad y deleite por mí mismo o por mis amigos como lo estaba haciendo ahora por mis enemigos”1.

Oremos por nuestros enemigos, para que en nuestro interior pueda surgir la belleza del alma de Dios en nosotros que es capaz de bendecir a los justos y a los injustos. Oremos, hasta que sintamos que hemos dejado de tener enemigos, al menos por nuestra parte.

Foto de Christian Cacciamani en Unsplash

La vida y el diario de David Brainerd. Abba. Pg, 139. Biblioteca Clásicos Cristianos. 2020.