Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido;
Serán avergonzados los que se rebelan sin causa.
Salmo 25:3

David escribe este salmo consciente de la gravedad de su pecado (v.11). Pero en todo el texto tiene muy claro que, a pesar de su imperfección, él no es igual a quienes considera sus enemigos (v.18 y 19). No sólo por la conflictividad hacia él, sino por quienes son ante Dios: rebeldes sin causa (v.3). 

No es lo mismo pecar que rebelarse. El rebelde es quien tiene una postura, más o menos consciente de ella, de no querer tener en cuenta a Dios en su vida. Le da la espalda y vive como si no estuviera presente. Es el que ha decidido que seguirá haciendo su voluntad por encima de todo sin escucharle.

El que no es rebelde es el que es consciente no sólo de que Dios existe, sino de que es alguien a quien uno tiene que rendir cuenta. Acepta y acoge que Él está interesado en nuestra vida y en lo que hacemos con ella. Por ello el que no es rebelde está en continua expectación de escuchar su voz (v.5), a la espera y en búsqueda de vivir cómo el Creador lo desea (v.4, 8-10). Por eso también está abierto a ser reprendido. Tiene consciencia de cuando no ha vivido correctamente y está dispuesto a reconocerlo y pedir perdón (v.7, 11, 18).

Reflexión personal

Todo esto me lleva a pensar en si en mi vida queda algo de rebeldía sin causa. ¿Me inclino a que él me muestre y enseñe cómo debo vivir o más bien a decidir según mi voluntad y que él se ajuste a mis criterios? ¿Es mi corazón humilde (v.9) ante la realidad irrevocable de su existencia, presencia y comunión (v.14)?

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