Todos tenemos una cosmovisión más o menos coherente que da cierta estructura a cómo vivimos, es decir, cómo reaccionamos, cómo nos relacionamos con otras personas y la naturaleza, cómo tomamos decisiones vitales, etc. Todos además ponemos la confianza en algo, cosas pequeñas y cosas grandes. Confiamos, por ejemplo, que el mundo físico va a seguir funcionando como lo conocemos. Vivir en desconfianza plena es “un sin vivir”.