Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: «¡Miren, ése es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!
Juan 1:29. Versíon Dios Habla Hoy.

Nadie como Cristo

Jesús es la persona más admirable que podamos conocer. No hay nadie igual, tan puro, tan sabio. Nadie vivió la vida tan plenamente como él. Deslumbra y provoca. En ninguna otra persona podemos poner la mirada confiada sin temor a que se equivoque o nos defraude. Ningún otro nos ha amado hasta el fin, entregando su vida completa por nosotros. Por esto y más, tendríamos que tener la boca abierta continuamente por estar anonadados.

No obstante, aunque lo sabemos, no siempre desplegamos tal asombro. Si admitiéramos que debería ser así,  tendríamos que preguntarnos: ¿por qué mi corazón no siempre lo aprecia?; ¿por qué no alcanzo a ofrecerle tal fascinación?

Observando a otros admiradores

Por otro lado, hay otras personas cercanas que parece que lo aman con fascinación, y a quienes nos podemos acercar para que nos contagie. Tales pueden convertirse en aquellos que nos lleven a conocer más a Cristo, que junto a ellos se nos abran los ojos para percibir lo que hasta ahora se nos escapa, porque hay cosas que no vienen a nosotros sólo por la comprensión, sino por la cercanía.

Ese fue el caso, por ejemplo, de Juan el Bautista. Cuando Jesús empezó su ministerio, él era un maestro y tenía junto con él a un grupo de alumnos. Él les hizo mirar a Jesús. De hecho, les animó y dio libertad para cambiarse de mentor (Juan 1:35-36). Y es que reconocía que Jesús atraería finalmente todas las miradas y no él (Juan 3:30).

Conclusiones

Juan fue una persona que llevó a otros a acercarse a Cristo. En él había algo notorio, pero según le conocían él hablaba de otro que era mejor. Señalaba a Jesus y decía algo así como: ¿pero es que no lo ven? ¿no se dan cuenta de quién es? 

Hoy en día esto puede ser una realidad entre nosotros, seamos o no discípulos de Cristo. Podemos reconocer que aún no le amamos suficiente y que necesitamos a otros que alimenten ese amor. Descubrir en ellos lo misterioso.

En mi cabeza tengo algunos nombres, algunos no conocí personalmente, ya murieron y puedo leer cosas suyas; otros sí tuve el privilegio de hablar con ellos, tampoco viven en esta tierra, pero los retengo en mi recuerdo; otros están ahora presentes en mi vida. Son todos ellos los que Dios me ha dado para crecer en adoración a Cristo.

Foto de David Herron en Unsplash