Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
2ª Corintios 12:9
Hay períodos en nuestra vida donde todo va sobre ruedas: el trabajo bien; la familia controladita; tentaciones, las justas (si no me desencamino todo bien); los pecados, los de siempre, ni tan malos, viejos conocidos…
En esos momentos nos sentimos bien, buenos creyentes, con una fe que mueve montañas. Nos consideramos a nosotros mismo y decimos “claro que creo en Dios”; “por supuesto, la voluntad de Dios es lo mejor para mi vida” e incluso sacudimos la cabeza con complacencia y suspiramos pensando cómo pudimos dudar alguna vez y convenciéndonos de que no volverá a suceder jamás. Estamos firmemente asentados en la roca de la fe, Dios de nuestro lado y viviendo nuestra fácil vida cristiana.
Esto, obviamente, no va a durar. Dios quiere que demos el siguiente paso, que pasemos de fase, que avancemos en el juego y recreándonos en nuestra vida tranquila y sin sobresaltos, no progresaremos; así que, nuestro mundo, de repente, se ve sacudido por un temblor profundo, que mueve nuestras emociones, nuestras verdades, nuestra rutina, nuestra forma de vida. Nos tambalea y nos hace dudar de todo lo que antes creíamos a “pies juntillas”:
¿De verdad la voluntad de Dios es lo mejor?
¿En serio esto va acabar bien?
¿Va a salir algo bueno de todo esto?
Y es ahí, en el pozo de nuestras lágrimas, cuando cualquier detalle nos hace llorar, cuando nuestra fortaleza está resquebrajada y nuestro ser se derrama por sus fisuras, es ahí donde debemos elevar nuestra alma y decir “sí, creo en ti Señor Jesús y lo que harás en mí”. Es en ese momento donde doblegamos nuestra bien nutrida voluntad y comprendemos que sin Dios no podemos sobrevivir, que de él viene todo y que él es soberano; pero es también el tiempo en que nos damos cuenta que sin Dios, estaríamos perdidos; no podríamos sobrevivir a los terremotos de nuestra vida sin saber que Dios todo lo usará para bien; sin comprender que no caminamos nosotros por la vida sino que en ese momento en que nuestros cimientos flaquean, Dios mismo nos está sosteniendo y solo desea consolarnos y rodearnos con su amor.
Es ahí, en los procesos duros y desestabilizadores donde nuestra fe se ve fortalecida porque solo en Dios descansa nuestra alma y solo con él podemos ser felices.
“Estando persuadido de esto, que el que comenzó la buena obra en vosotros, la perfeccionará hasta el día del fin”
Filipenses 1:6
Foto de Giorgia Finazzi en Unsplash
Muy acertada la reflexión.
Las crisis siempre te van a influir en tu relación con el Señor, te harán acercarte más o por el contrario te harán alejarte
Mantener la calma en medio de la tempestad es muy complicado, pero si en medio de ese temporal descubres que está Jesus contigo la situación será muy diferente
Muchas gracias Nazaret
Gracias!