Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.

Lucas 11:1

¿Qué cosas se enseñan o enseñamos?

En el libro de Dallas Willard “La Divina Conspiración” leí una reflexión que como estudiante de teología me impactó: “Veamos: ¿quién de nosotros conoce en persona un seminario o curso de estudio y práctica en algún programa de educación cristiana que enseñe cómo “amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen?”1

Como estudiante de varios seminarios, yo tendría que contestar negativamente a esta pregunta. Nadie me ha instruido sobre ello como parte de una asignatura. Y como profesor de adolescentes, reconozco que rara vez he dedicado tiempo a enseñar sobre “cómo orar”, más allá de decir: “hay que hacerlo”.

Señor, enséñanos a orar

El caso es que cuando los discípulos de Jesús le vieron hablar con su padre, uno de ellos le pidió que les enseñara, como lo había hecho también Juan el Bautista con sus seguidores. A Jesús no le sorprendió esta pregunta. No los llamó inmaduros por hacerla, ni se llevó las manos a la cabeza porque después de tanto tiempo aún no estaban en “sus inicios”, sino que se puso manos a la obra.

Tenemos que recordar que aunque los discípulos no eran fariseos o saduceos, ni tenían ninguna profesión propiamente religiosa, sí eran judíos y como tales oraban a su Dios. También habrían escuchado las oraciones públicas de los líderes de su época, ya que se hacían en voz alta. Algo sabían. Pero al apreciar cómo lo hacía Jesús, veían algo distinto en sus formas y/o sus palabras.

Aprendiendo a orar

Por eso, quizá tengamos que reconocer que a orar se aprende y, por tanto, se enseña. Era apropiado hacerlo en los tiempos de Jesús y lo es ahora. 

Cuando alguna vez he escuchado a alguien decir que no sabe orar, una respuesta frecuente es “di lo que tengas en tu corazón que Dios te escucha, no hacen falta palabras complicadas”. 

Hay algo de cierto en esta respuesta, sobre todo si queremos advertir de que no es cuestión de dominar una técnica o un uso específico de las palabras. Pero orar es algo más que decir lo que sentimos. Por ejemplo, podemos y necesitamos aprender a hablar con Dios como forma de profundizar en su relación y en nuestra dependencia de él.

Por ello, no estaría de más que unos y otros empezáramos a hablar de nuestras oraciones y nos pongamos en mutua dependencia para enseñarnos. Quizá estaría bien que en nuestras iglesias, de forma intencional, se enseñe continuamente sobre esta práctica. Por último, es probable que lo primero que tengamos que hacer es pedir a Dios mismo: Señor que tu Espíritu nos enseñe a orar.

1. La Divina Conspración. Dallas Willad. Editorial Peniel. Buenos Aires. 2013. Pg 74.

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