Oh alma mía, dijiste a Jehová:
Tú eres mi Señor;
No hay para mí bien fuera de ti.
Salmo 16:2
¿Podemos vivir sólo con Dios? Sin él no estamos completos, pero ¿lo estaremos también si sólo lo tuviésemos a Él? Sin alimento, sin una actividad que hacer, sin otras personas, sin estar conectados a nada de nuestro alrededor, sólo Dios, o Cristo o su Espíritu.
Al leer esta parte del salmo 16 podría parecernos que sí, que todo lo demás sobra. Algunos místicos hablan de momentos de intimidad en los que incluso pierden la consciencia de la existencia de sí mismo. ¿No ayunó Jesús durante 40 días y sobrevivió?
Independientemente de este hecho insólito de Jesús, al que no se nos llama a repetir, y sin negar la realidad de los momentos de intimidad con Dios, o de las circunstancias especiales de sufrimiento en soledad, en toda la Biblia se nos enseña lo contrario: lo que Dios quiere es proveernos constantemente de todo aquello que necesitamos. Dios no nos creó para vivir en la soledad, ni fuera del contacto con la realidad y el mundo material. Lo que Dios desea es que reconozcamos que todo lo bueno y necesario lo recibimos de él y que consecuentemente vivamos en agradecimiento.
Si bien es cierto que en momentos sólo nos ha quedado él, ésta experiencia es temporal y lo que Dios nos hace es alentarnos de que pasarán y que Él volverá a proveer de una tierra prometida para su comunidad.
Es en este sentido que reconocemos el señorío de Dios (“Tú eres mi Señor”): es Él quien nos cuida. Él no es un dueño distante, egocéntrico, que nos utiliza. Es alguien con quien podemos vivir tranquilos de que nos ama y desea cuidarnos. Nos creó con necesidades que él mismo quiere cubrir. No busca que neguemos el cuidado diario, sino que lo pidamos y recibamos de él mismo.
Es en este sentido que entonces podemos decir: “No hay para mí bien fuera de ti”.
Comentarios recientes