A ti clamaré, oh Jehová.
Roca mía, no te desentiendas de mí,
Para que no sea yo, dejándome tú,
Semejante a los que descienden al sepulcro.
Salmo 28:1

En los salmos encontramos no pocas ocasiones en las que se ruega a Dios que no nos abandone. ¿Es que eso es posible? ¿Por qué querría Dios abandonarnos si nos ama? Sin embargo, el que clama a Dios con esta pregunta acaba ejercitando y fortaleciendo su confianza en que Dios responderá escuchando y actuando en su favor (v.6).

El caso es que Dios no abandona a aquellos que le buscan con sinceridad. Lo que sí hace es permitir que quienes se alejen de él, pues lo estén definitivamente. Dios no obliga a nadie a estar con él, ni a amarle, sino que permite que asuman la responsabilidad de la decisión de ignorarlo.

El resultado de este alejamiento mutuo, sin embargo, es desastroso. Estar lejos de él es vivir sin rumbo, en vez de asemejarnos a Dios, lo haremos a quienes están perdidos, al menos en un sentido: nuestra vida se caracteriza por la muerte (v.1). Esto significa exponernos a albergar lo malo en nuestro interior (v.3) y a la justicia de Dios (v.4-5).

En contrapartida, experimentar la respuesta de Dios, en ocasiones después de un tiempo en el que nos ha parecido que se había olvidado de nosotros, produce alegría y cántico (v.7), confianza y seguridad (v.8).

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