Pues mi pueblo ha cometido dos maldades: me ha abandonado a mí —la fuente de agua viva— y ha cavado para sí cisternas rotas ¡que jamás pueden retener el agua!
Jeremías 2:13

La función del pecado

Todo pecado es un intento de satisfacer alguna necesidad que Dios podría proveernos.

Por ejemplo, si buscamos defendernos,  algunos la conseguimos con agresividad, otros huyendo, evitando el compromiso con otros. La sexualidad la usamos para aliviar la soledad. Para encontrar amor o valor como personas al sentirnos deseados, y acudimos a la pornografía para hallar todo ello en fantasías. Son tan sólo dos ejemplos de la verdad que enseña Jeremías. Abandonamos la fuente de vida y cavamos en lugares que nos prometen sed.

Por ello, cuando tratamos de luchar contra todo aquello que sabemos que está mal en nosotros, no sólo es cuestión de “dejar de hacer”, porque a fin de cuentas, estas necesidades hay que cubrirlas.

Luchando previamente

Si bien es cierto que hay varias formas a tener en cuenta a la hora de luchar contra las tentaciones, también tenemos que hacerle frente a la realidad de que Cristo sea la fuente de nuestra vida. Es decir, que de él provenga el consuelo, el sustento, el ejercicio del dominio, el amor y la valía. Si él nos satisface plenamente, dejaremos de acudir a las cisternas vacías. 

Por eso, cuando pienso en el pecado con el que continuamente lucho, debo preguntarme ¿qué busco con ello?. Si tengo problemas para controlar mi ira, ¿qué función está cubriendo mi agresividad? ¿Protegerme? ¿Evitar sentirme humillado? Si no dejo de comer estropeando mi cuerpo, ¿qué es lo que busco? ¿Alivio al sufrimiento? Al descubrir qué función cumple mi pecado, el siguiente paso es ir a Dios y buscarle como fuente de vida y rogarle que sea él quien nos proporcione lo que anhelamos.

Foto de Maxime Bouffard en Unsplash