Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Mateo 7:28-29
Supongamos esta conversación entre dos personas:
– “Yo creo que Dios existe”
– “Pues si esto te hace bien, mejor para ti, pero yo no puedo creer porque todo lo que he visto me da evidencias de que no existe”.
– Umm…
El caso es que la expresión “yo creo” se ha convertido hoy en día en una opinión, no en una confianza en la realidad. Pero la existencia de Dios no depende de que uno crea o no. Es más bien una verdad que deberíamos saber.
Cuando utilizamos el “yo creo”, más bien parece que Dios gira en torno a nosotros y a nuestro pensamiento, como si fuera una idea. Nuestras creencias podrían ser como la de los niños con las hadas en la historia de Peter Pan. Si creemos en ellas y aplaudimos, podrán sobrevivir. Si no, morirán, dejarán de existir. Capaz que llegamos algún día a pensar que la realidad de Dios depende de nosotros mismos.
En cuanto a esta forma de expresarnos y pensar, podemos hacer una semejanza con la vida moral. Sería un poco insólito decir: “yo creo que matar a un niño está mal”. Quien nos escuchase reaccionaría con extrañeza, porque la frase parece que damos la posibilidad de que para otros, hacerlo estuviese bien. Lo más habitual sería afirmarlo sin ambages: “matar a un niño está mal”. Sí sería más normal expresar “creo que tatuarse está mal”, porque es un tema que no nos sorprende ni molesta tanto que esté dentro del mundo de las opiniones.
Es en este sentido en el que hemos abierto la puerta a que la existencia de Dios es una cuestión de opinión y no de realidad. Pero no debería ser así. Que Dios exista es algo que deberíamos saber o no.
De hecho, pensemos en cómo cambiaría una conversación si en vez de decir “creo que Dios existe” afirmamos “sé que Dios existe”. La conversación iría por otro camino. O más aún, en vez de decir “yo creo que Dios es amor”, decir “yo sé que Dios me ama, y a ti también”. Cualquier persona que nos escuchara percibiría la diferencia y notaría, además, que lo que estamos diciendo tiene implicaciones.
¿Qué conlleva que no estemos hablando en términos de conocimiento (“yo sé que Dios existe”) o de realidad (“Dios existe”)? Que al contagiarnos del mundo de la opinión en estos temas, nuestra fe termina por dejar de tener relevancia en nuestra propia vida. Dallas Willard escribió: “Quizá lo más difícil de entender para los cristianos sinceros es el grado de incredulidad que hay en su propia vida, el escepticismo no expresado acerca de Jesús que impregna todas las dimensiones de su ser y menoscaba cualquier esfuerzo que hacen hacia la semejanza de Cristo” (Dallas Willad, Renueva tu Corazón, pg 114).
Para terminar, uno de los ejemplos que en los que podemos meditar es en la afirmación de Job. En medio de una lucha encarnizada sobre lo que estaba viviendo, dijo lo siguiente:
“Yo sé que mi redentor vive
Y que al final se levantará sobre el polvo.
Y, cuando mi piel haya sido destruida,
todavía veré a Dios con mis propios ojos”.
Job 19:25-26
¿Y si estas palabras las transmitiéramos como algo que sabemos y no sólo que opinamos?
Foto de Jarritos Mexican Soda en Unsplash
https://youtu.be/plk4hA4hCtI?si=scyYKtsswEiz7EIM 😍
Gracias Areli, preciosa canción