Nunca decayeron sus misericordias,
Nuevas son cada mañana;
Grande es tu fidelidad.
Lamentaciones 3:22-23
Contenidos
Introducción
En nosotros hay algo así como un instinto a ser fieles, aunque a veces se diga lo contrario. Si bien en ciertos círculos se intenta ir contra ese buen impulso y negarlo, no es tan sencillo como parece.
En las historias que nos cuentan desde los diferentes medios de comunicación y formas de expresión, siempre tendremos relatos o escenas en el que la fidelidad es un factor que entra en juego, en los que la infidelidad y la traición siempre dejan un rastro de dolor. Deberíamos tener en cuenta que al hablar de infidelidad, no sólo tenemos que pensar en la sexual o romántica, sino en cualquier tipo de ruptura de compromiso. Por ejemplo, la fidelidad es un elemento clave de las amistades, de los grupos a los que pertenecemos, de los equipos deportivos o jugadores individuales que admiramos, de la nación o región en la que crecimos, e incluso de las marcas que compramos (ropa, coche, tecnología…).
Esto se manifiesta hoy en día en las redes sociales. Me sorprende que hay personas que hacen un especial seguimiento a sus seguidores, con aplicaciones que detectan quiénes te dejan de seguir, para responder con la misma moneda.
Fidelidad a Dios
En el libro de Lamentaciones tenemos una de las expresiones más conocidas de la fidelidad de Dios: “Grande es tu fidelidad” (3:23, RV60). Estas palabras destacan más aún cuando tenemos en cuenta el contexto del libro. El autor expresa su dolor al ver a la ciudad de Jerusalén y la región de Judá totalmente desoladas por sus enemigos. Ya desde el principio hace ver que la población misma había sido infiel a Dios y esta era la causa de lo que habían sufrido. Ellos habían escogido irse con amantes (los pueblos vecinos y sus dioses), dejando a Dios a un lado, y ahora estos pueblos se burlaban, la despreciaban y no le daban ningún tipo de consuelo ante su desesperanza (1:2 y 3).
Cuando el escritor habla de cómo le está afectando a él esta situación personalmente (Capítiulo 3), termina por contemplar más allá de la situación de Jerusalén, hacia la persona de Dios y a su fidelidad. Porque la fidelidad de Dios no depende de cómo le respondamos nosotros, sino de sí mismo. Si nosotros somos infieles, él seguirá siendo fiel (2 Ti 2:13), porque no puede dejar de serlo, es inherente a su persona.
De la misma forma, como criaturas hechas a su semejanzas, nosotros fuimos diseñados para ser fieles, para establecer relaciones de confianza en las que unos y otros sabemos que vamos a estar ahí. De hecho, en las redes sociales encontramos también un sin fin de expresiones que muestran ese anhelo: alabanzas a quienes se quedan al lado de uno y diversas formas de expresión de rechazo o rencor sobre quienes no lo hacen.
Fidelidad y evangelización.
Pensando en todo esto, me di cuenta de que la fidelidad es un asunto a través del cual podemos presentar al único que verdaderamente permanece fiel. Ante las infinitas experiencias humanas de vínculo, fidelidad y traición, podemos mostrar a un Dios que es fiel y confiable, y a Cristo que tiene la experiencia de ser traicionado y abandonado, y que aún así se reconcilia con sus seguidores.
Y para ello, propongo tres cuestiones en las que podemos seguir meditando:
- En primer lugar, tenemos que aprender más de lo que significa ser fiel a Dios y a las personas y en cómo dejamos de serlo. Un pasaje interesante para reflexionar y pensar puede ser Ezequiel 16. También será bueno pensar en cómo es la mejor forma de resolver los conflictos de lealtad o de fidelidad. Algo en lo que debemos meditar es en la verdad de que ser más fiel a Dios nos hará ser más fieles a los demás, y no menos. Priorizar la fidelidad a Dios provocará que seamos menos egoístas y por tanto un carácter más comprometido.
- En segundo lugar debemos estar atentos en ver cómo en la vida cotidiana se presentan, por un lado, situaciones de traición y, por otro, sucesos en los que podemos alabar la fidelidad (y no sólo la de los perros). Son hechos que nos abren la puerta a la conversación de lo que agrada a Dios, porque él sí es fiel y porque aún hay momentos en que nosotros también lo somos.
- En tercer lugar, será bueno ir más allá de expresar nuestra fidelidad a unas normas de comportamiento o a unas características propias de una denominación o religión. Ser fiel no es simplemente portarnos bien, es tener un vínculo de afecto con una persona, con Dios. Para decirlo de otra forma, no nos “portamos bien” porque somos evangélicos o cristianos, y no vivimos de una forma diferente porque hemos asumido unas normas morales. Somos como somos porque somos fieles a Dios, a Cristo. La fidelidad tiene que ver con el vínculo que tenemos con Dios y no con un código moral.
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