Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor.

Efesios 5:8-9

Introducción

Pocas personas quieren ser voluntariamente malos, deseando hacer el mal por el mal. Si le preguntamos a alguien si quiere ser bueno, es probable que la gran mayoría diga que sí. Algunos incluso creen que lo son y muchos se esfuerzan en serlo. Si acusamos a alguien de que hace algo malo, la gran mayoría se defenderá y justificará su acción como buena, tenga o no tenga sentido su explicación. Porque, insisto, la mayoría de nosotros queremos ser considerados buenas personas, porque de hecho queremos serlas.

El problema es que no lo somos, porque no podemos. Es eso parte de lo que significa ser pecador, que no está en nosotros dejar de vivir con ese elemento de maldad que nos caracteriza y con el evidente resultado de vivir así (vacío, insatisfacción, conflictos, conductas egoístas, etc).

Lo que el evangelio enseña sobre el pecado

Cuando escuchamos el evangelio, lo que éste nos hace ver es que la forma de vida que tenemos es vacía, incompleta, torcida. No nos dice solamente que, por el pecado, el final de nuestra vida es el infierno, sino que nos señala el desastre del presente, que en realidad no somos buenos, ni vivimos en verdad, ni invertimos el tiempo adecuadamente. 

Es en este sentido que Pablo dice: mira cómo vivías antes, en las tinieblas ¿es que quieres volver a eso? Es la experiencia de Israel en el desierto, que deseó regresar a la esclavitud cuando aún estaba en el desierto (Números 11) ¿Pero es que ya te olvidaste del tipo de vida que se te ofrece en las tinieblas? Ya lo experimentaste y cuando estabas allí sabías que vivías mal, ¿vas ahora a la vida anterior?

El evangelio enseña que somos pecadores y que eso es un problema que hay que solucionar. Pero no enseña sólo que tenemos que librarnos de las consecuencias del pecado, sino que nos muestra que nuestra vida es un desastre y lo que quiere es restaurarla. Por tanto, cuando hablamos con alguien sobre el evangelio, el mensaje principal no es: conviértete para que no vayas al infierno, sino: date cuenta de lo incompleta, desastrosa y necesitada que es nuestra y la posibilidad de que Cristo la restaure.

El evangelio es lo que permite que finalmente podamos ver cómo en nosotros podemos vivir en luz: en la bondad en vez de la maldad, en la belleza en vez de la fealdad, en la verdad en vez de la confusión y la falsedad. En realidad todos deseamos esto, y sólo hay un camino.

La santidad y las buenas nuevas

Teniendo en cuenta esto, propongo tres cuestiones prácticas a la hora de comunicar las buenas noticias de Jesús:

  1. Las oportunidades de la vida para hablar del evangelio son múltiples, porque también lo son las formas en las que las personas se quejan de su insatisfacción con respecto a sí mismos y de lo que les rodea. Porque podemos presentar a Jesús como el único camino confiable por el que ir, como la única verdad que nos muestra la realidad y como el único que nos ofrece la vida que buscamos (Juan 14:6). La queja continua que vivimos es una manifestación clara de la realidad del pecado en la sociedad y en cada persona.
  1. Resolvemos el problema de ¿podemos ser salvos y seguir pecando? El evangelio bien comprendido convierte esa pregunta en un absurdo, porque “ser salvo” no es si podemos alcanzar el cielo, sino rescatarnos de la vida que teníamos antes en tinieblas. Lo que Cristo ofreció es rescatarnos de la vida de pecado y de su sin sentido (1 Pedro 3:8). La fe en él significa que creemos que la vida de la que él habla y ofrece en su persona, es la mejor opción. Pecar no entra ya dentro de las posibilidades.
  1. Imaginemos que compartimos el evangelio de Jesús a una persona que tiene interés en conocer a Cristo y encuentra atrayente el mensaje del amor de Jesús en la cruz, su muerte, resurrección y la oferta de perdón y reconciliación con Dios. En ese momento descubrimos que parte de su vida es una relación de noviazgo y la práctica de relaciones sexuales, en lo que nuestro lenguaje llamaríamos “fornicación”. ¿Cuál puede ser nuestra respuesta? Quizá después de anunciarle la gracia, volcamos sobre él o ella una carga con el tipo de conductas que tiene que mostrar, porque para ir al cielo es necesario abandonar la vida que teníamos antes. Sin embargo, puede que el camino sea distinto. Puede que algo en lo que tenemos que invitar a reflexionar es en por qué la vida que nos ofrece Jesús es la mejor de las vidas posibles. Creo que tenemos que presentar, en vez de “el estilo de vida cristiano”, a la persona de Jesús como alguien que sabe lo que hace y sabe lo que nos pide para nuestro bien, y a sus enseñanzas como maestro como parte de un mensaje de buenas nuevas para hoy.

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