Jehová lo guardará, y le dará vida;>
Será bienaventurado en la tierra,
Y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos.
Salmo 41:2
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La voluntad del enemigo
En este mundo capitalista, la puerta del éxito social es acercarte y honrar al más fuerte, al menos hasta que puedas hacerle la competencia y tratar de superarlo. En ambas posturas, el pensamiento está siempre en los grandes. En una sociedad competitiva, pensar en el débil no da resultado, se considera una pérdida. Salvo que sea para aparentar o ganar respetabilidad pública. Sin embargo, para Dios, pensar en el que está en una situación de debilidad da como resultado su atención favorable. Entre varias de las bendiciones, él lo protegerá de quedar a merced de sus enemigos.
Todos sabemos que la burla y la mirada de altivez de nuestro adversario, que se siente victorioso sobre nosotros, es humillante. Tener la esperanza de que finalmente Dios nos reivindicará es consolador. ¿Nos merecemos nosotros esa atención de Dios?
El caso de Jesús
Sin embargo, cuando miramos a Jesús, el amado de Dios, a primera vista parece que sucedió todo lo contrario. Experimentó lo que el salmista mismo pide que no le pase: hablaron mal de él y se alegraron de su muerte (v.5), mintieron y le difamaron (v.6), se reunieron en su contra (v.7), lo trataron como peste (v.8) e incluso uno de sus cercanos lo traicionó (v.9, ver Jn 13:18).
¿No fue Jesús precisamente quien más pensó en el débil, el cojo, el ciego, el enfermo? ¿Cómo es posible que pasara esto? Sabemos la respuesta final. Era necesario y su resurrección inició un proceso de victoria que tendrá su culminación en su regreso, cuando reclame lo que es suyo.
La garantía de la victoria
David termina este salmo diciendo lo siguiente: “En esto conoceré que te he agradado, que mi enemigo no se huelgue de mí” (v.11). Y eso sucedió con Cristo. Su padre no le dejó en la derrota. Dios se agradó de su hijo y le dio la victoria.
Por ello, como discípulos de Cristo, en su persona podemos recordar varias cosas que no están completas en este salmo, pero que surgen de él:
- Sólo Cristo es el único que de verdad piensa en el débil y el pobre, entre los cuales estamos nosotros. Sólo él es digno de la atención de Dios. Nosotros no podemos reclamar ningún beneficio a Dios por méritos de mi propia persona.
- Como seguidores de Cristo también podemos sufrir situaciones en las que tenemos adversarios que no piensan bien de nosotros. Por un lado, será bueno reflexionar si hay algo de verdad en dichas acusaciones.
- Si sufrimos injustamente, Cristo ha trazado el camino de la victoria final y su propia reivindicación de victoria pasa por concederla también a los suyos.
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