Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
Juan 13:8

La humildad requerida para recibir la negación del otro

Saber recibir no es fácil. Cuando alguien nos ofrece un gesto o regalo, no nos deja impasible, sino que va a tener repercusiones en la relación y en nosotros mismos. Positivamente refuerza el vínculo, pero también puede hacernos sentir en deuda y en ocasiones es motivo de conflicto o de vergüenza. Esto no sucede sólo con los regalos, sino también cuando nos ayudan. Si una persona se muestra dispuesto a servirnos, inmediatamente hacemos un análisis más o menos consciente de lo que va a implicar. Si bien puede que pequeños actos tengan poca repercusión, como ceder el asiento en el transporte público, otros van a tener mayor peso.

Algo de eso tuvo que pasarle a Pedro cuando Jesús le ofreció lavar sus pies. Se percibe su orgullo. No sólo piensa en la dignidad de Jesús, sino en la suya propia. Que el mismo Señor le lave los pies es apabullante y tiene mucho de humillación. Le avergüenza porque en todo caso debía haber sido él quien tomase la iniciativa. Jesús hace patente su falta de humildad.

Que una persona se niegue a sí misma en nuestro favor, curiosamente, puede causar nuestra propia humillación.

Aprender a recibir de gracia

Por eso, no es sencillo recibir el servicio de otros desde la humildad. Saber aceptar por gracia requiere de nosotros reconocer que necesitamos ayuda. E incluso si no es así, podemos valernos solos o devolver el favor, se nos hace complicado aceptar el gesto de negación de la otra persona.

El caso es que, muchas veces, rechazamos continuamente el servicio de otros. Y creemos que hacerlo incluso es algo bueno. No queremos aprovecharnos del otro y menos que nos vean como un caradura. Sin embargo, puede que, sin saberlo, estemos dando paso a nuestro orgullo y perdiendo la oportunidad de vivir como se hace en el reino de Dios, un mundo donde la negación a uno mismo es habitual.

Invitaciones

Un ejemplo cotidiano de cómo funcionamos está en cómo nos invitamos unos a otros. Si vamos a comer frecuentemente con alguna persona, esperamos que si yo invito, el otro me corresponda. O puede que de hecho, no nos guste que nos inviten porque nos sentimos en deuda y preferimos ser nosotros quienes siempre pagan. O mejor aún, que cada uno pague lo suyo y así estamos emocionalmente tranquilos. Realmente lo más complejo es ser invitado continuamente sin poder corresponder y sin el peso de sentirnos en deuda (salvo que de verdad seamos unos caraduras).

¿Está de nuestras manos hacer algo? Puede que sí. Por ejemplo, podemos acostumbrarnos a pedir ayuda, incluso cuando no la necesitemos. O si nos la piden, aceptarlo como algo bueno. Este gesto va más allá de lo que estamos haciendo, es una muestra del reino de Dios. Y sobre todo, recordar que Jesús se ofreció a sí mismo. Vino a servir y no a ser servido (Mt 20:28). Recibir el amor y el servicio que él nos ofrece también será un estímulo y fuente de gracia para que nosotros podamos, en humildad, negarnos y recibir la negación de los demás.

Foto de Shawn Augustine en Unsplash