Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Filipenses 2:5-11
Contenidos
El nombre en Génesis
En el libro de Génesis, el término “nombre” merece nuestra atención. En la creación, Dios pone nombre a lo creado, aunque no se usa el vocablo “Sem” (nombre) para ello, y luego Adán repite lo mismo con los animales. De esta manera se identifica y diferencia a cada elemento de los demás. Adán y Eva reciben su propio nombre porque son distintos entre ellos, y no sólo en su sexo. Ignorar el nombre de alguien es despersonalizarlo, porque con él se le permite ser distinto y obtener parte de su valor.
Algo curioso es que, de todo lo que sabemos que existe, sólo Dios no ha recibido nombre, porque él siempre ha sido, y nadie ha podido identificarlo por primera vez. Él, en su eternidad, siempre ha tenido nombre y él mismo se identifica con esa expresión extraña que podemos traducir más o menos como “Yo soy el que soy” (YHWH).
En aquellos tiempos antiguos, cuando todo estaba en ciernes, los seres humanos quisieron buscarse su propio nombre (Gn 11:4). No les valía el que recibieron, alzándose así contra Dios. Si leemos con detenimiento el resto del libro de Génesis vemos la importancia que tiene esto de poseer un nombre y su relación con el honor de cada persona y de Dios mismo. Como ejemplo, parte de la promesa que recibió Abraham fue la de engrandecer su nombre (Gn 12:1-3).
La importancia de saber de dónde viene nuestra gloria o nombre
Una cosa importante que el ser humano tendría que saber con respecto a su propia existencia es que sólo Dios tiene gloria y nombre por sí mismo y de él proviene el valor de las demás cosas. Todo intento por nuestra parte de imitar a Dios y adquirir el propio honor por nuestro esfuerzo es una declaración de rebeldía y de necedad.
Esto no quiere decir que Dios no quiera honrarnos. Él ha mostrado su deseo de hacerlo, pero a través de compartir su propia gloria y no por intentar obtenerla nosotros. Es sólo de él de donde único podemos obtener el valor que como humanos nos corresponde (1 Samuel 2:30).
Humillaos
Parte de nuestro problema como seres humanos es, por tanto, que no congeniamos con eso. Nuestro impulso nos lleva a que momento tras momento nos agarramos a la posibilidad de arrancar algo de honra a través de nuestro esfuerzo.
Por eso, la humillación tiene que ser parte del discípulo de Cristo, porque entre otras cosas es la renuncia a obtener por nosotros lo que sólo proviene de Dios. Humillarse es rechazar la terca pretensión de que gloriarse a sí mismo es mejor que recibir la honra de gracia de Dios (Mt 6:2).
La porción de humildad diaria
No es nada fácil descubrir las innumerables formas en las que en un sólo día tratamos de ganarnos un nombre frente a las personas que nos rodean. Si nos paramos a pensar en ello reconoceremos que es un trabajo arduo el conseguirlo y que puede llegar a agotarnos, según la intensidad con la que nos dediquemos a ello. Por eso, es importante pedir a Dios que nos ayude a descubrir estos malos hábitos en nosotros.
Tampoco es nada fácil estar dispuestos al ejercicio de reconocer nuestros errores y debilidades, o admitir que no somos capaces de realizar algunas tareas, que necesitamos ayuda, que somos dependientes o de mostrar disposición a servir de la forma que lo hizo Cristo (Juan 13). Estas cosas forman parte de la humillación diaria. Cristo mismo nos mostró el camino de humillarse a sí mismo, para que sea Dios, y sólo Dios, quien nos de gloria (Filipenses 2:5-11).
En la carta de Santiago tenemos esta breve expresión: humillaos delante del Señor, y él os exaltará (Santiago 4:10-12). Cuánta sabiduría condensada e ignorada en estas pocas palabras.
Photo by Sage Friedman on Unsplash
Comentarios recientes