El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
1 Corintios 13:4-7
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Lo que no es el amor
El amor no es sencillo. Diría que esta palabra incluye diferentes maneras de conectarnos entre nosotros y variadas formas de expresarlo o experimentarlo. Además implica todo lo que somos: nuestro cuerpo, mente, emociones, voluntad, espíritu.
Debemos tener claro que el amor no es exclusivamente un sentimiento, y ni siquiera se compone de un sólo tipo de emoción. Por ejemplo, nos puede llevar a experimentar sensación de bienestar, pero también preocupación, nerviosismo, celos… Tampoco es meramente una preferencia de unas personas frente a otras. Jesús llamó la atención de que si solo amamos a los que nos corresponden, hacemos lo mismo que los recaudadores de impuestos, mientras que como discípulos suyos tenemos que ser capaces de amar a nuestros enemigos. Por cierto, es una comparación extraña por parte de Jesús, que no parecía compartir los recelos hacia los recaudadores que existían en aquella sociedad.
El amor tampoco es un conjunto de acciones. Se suele decir que “hechos son amores y no buenas razones”, sin embargo en este texto de Pablo de 1 Corintios 13, él dejó claro que por muy impresionantes que sean nuestras acciones, sin amor no tienen peso. Es decir, que se puede hacer “lo bueno” sin amar. Podemos hacer supuestas renuncias a nosotros mismos, tales como desprendernos de nuestro dinero, pero puede que en el fondo haya una motivación distinta al amor, quizá la propia exaltación. Claro que estas acciones serán positivas para quienes las reciben de igual manera, pero Dios no las considera actos de amor.
El amor y la mente
No obstante, todo lo anterior forma parte del amor, indudablemente. Sin ello no podríamos decir que amamos. Pero Pablo, en los versículos que encabezan este artículo, da en el clavo a la hora de poder evaluarnos si estamos amando o no, prestando atención a nuestros pensamientos.
¿Cómo sabemos cuándo no estamos amando? Cuando nuestro pensamiento es autoreferente, egocéntrico. Si las acciones que llevamos a cabo han sido motivadas por la búsqueda de un beneficio, por la reacción de protegernos o cosas similares a éstas, es que nuestra mente está acostumbrada a estar centrada en nosotros, no en los demás y sus necesidades. Explicado al revés: si en nuestro día a día, nuestro flujo de pensamientos está continua y mayoritariamente dando vueltas sobre nosotros mismos, es lógico que acabemos actuando y experimentando todo lo que nos pasa en referencia a nosotros mismos y con poco amor hacia los demás.
Por otro lado, si podemos poner nuestra mente más en Dios y en los demás, es posible vivir amando. Así, si es necesario nos arriesgaremos en defensa de otros (“es sufrido”); nos preocuparemos menos del “qué dirán” (“no es jactancioso”), abandonaremos la búsqueda de la autopromoción (“no se envanece”) o no nos sentiremos molestos cuando las circunstancias no son como esperamos (“no se irrita”).
Además, entonces será imposible eludir el hacer todas aquellas cosas de las que hablaba Pablo como la generosidad y la entrega (1 Cor 13:1-3), porque en nuestra mente ha dejado de dominar el pensamiento egocéntrico, y ha pasado a interesarse en el bien de Dios y del otro.
El camino al amor
El problema está en que un cambio de este tipo no depende de la fuerza de voluntad para conseguirlo. ¿Quién podrá dominar de esta forma su pensamiento?
No obstante, es importante que tomemos la decisión de tener la mente de Cristo, que reconozcamos cuando nuestro pensamiento se está dedicando a la imaginación autorreferente y que pidamos ayuda a Dios y a otros para que nos ayude a cambiar. Tampoco estaría mal que pongamos nuestra mente en la cruz y la resurrección de Cristo, dejarnos sorprender por tanto amor transformará nuestro interior. Dios suele responder positivamente a este tipo de oraciones si de verdad hemos decidido dar un giro a nuestros hábitos y le pedimos ayuda en ello.
Por último, una cuestión práctica que podemos hacer es cuidar de nuestras conversaciones, procurando hablar menos de nosotros, interesándonos más en los otros y que nuestras palabras produzcan la experiencia de gracia (Efesios 4:29).
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Muchísimas gracias por seguir compartiendo tus hermosos y productivos pensamientos. Orando para poder aplicarlo en mi vida.
¡Gracias Bea por los ánimos!