Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
Salmo 42:2.

Quien ha vivido la experiencia de tener cerca a Dios quiere que se convierta en algo permanente. Él aporta a la vida satisfacción (v.2), alegría y fiesta (v.4), belleza (v.6) y seguridad (v.8).

Por eso cuando él está lejos, sentimos nostalgia y le echamos de menos. Estará bien que se lo confesemos y no aparentemos que todo va bien. En estos momentos recordamos aquellas vivencias en las que sabíamos que él estaba presente (v.4 y 6). Si a ello se añade que percibimos que otros ponen en duda que Dios está de nuestra parte, el dolor se hace más patente (v.3).

Entonces nuestra mente se desespera y tiene deseos de abandonar. Dudamos y nos entristecemos deseando lo que no podemos alcanzar por nuestros medios (v.5 y 9). ¿Qué nos queda ahí? Mantener la esperanza y la confianza en que Dios no nos dejará y que volveremos a experimentar la alabanza.

¿Está mi alma en estado de deseo de Dios? Este estado depende de las experiencias que hemos tenido con él. Puede ser algo bueno el que dediquemos espacios a recordarlas, echarlas de menos y pedirlas.

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