Pueblos todos, batid las manos; 
Aclamad a Dios con voz de júbilo.
Salmo 47:1

Hay gestos humanos que mirados con cierta distancia son curiosos. Uno podría decir que incluso algo ridículos. Por ejemplo, batir las manos: golpear una mano contra la otra para hacer ruido. Aunque puede ser que después de la voz, es la forma más notoria con la que podemos hacer el mayor ruido posible con nuestro propio cuerpo.

Realmente es un gesto humilde. Cuando uno está hinchado de orgullo, le cuesta aplaudir a otra persona y celebrar algo bien hecho. Si alguien que sea honorable y orgulloso quiere aplaudir y mantener su distinción, lo hará de forma comedida, y procurando no hacer demasiado ruido.

Pero no es eso de lo que habla este salmo, sino de hacer ruido, ruido de verdad con sus manos, porque con ellas (quizás con ritmo) y con la voz en grito es que se reconoce a Dios.

La explosión de gozo sólo surgirá desde la humildad. Si queremos tener alegría verdadera y mantener a la vez el orgullo, eso no será posible. Siempre estará limitada. Porque la mayor alegría que un ser humano puede sentir no es la que proviene de que las cosas salgan bien, sino de la admiración humilde.

Por eso, aplaude y al aclama. Dios es rey.

Foto de Elin Tabitha en Unsplash