No se si alguna vez has tenido la oportunidad de saborear un buen fruto recién cogido del árbol. Poder cogerlo, echártelo a la boca y sentir esa lluvia de sensaciones… luego mirar al árbol y darle las gracias por tremendo regalo.

El árbol evidentemente no ha hecho nada conscientemente para que ese fruto sea más o menos bueno, sepa de una manera u otra, simplemente ha cumplido con su función, recoger el agua con la que se riega y proveer para que el fruto crezca y se desarrolle.

Ahora piensa en todos esos frutos que vemos que se caen de un árbol y están a escasos centímetros de él. Al cabo de unos días se pudre, se descompone, estando tan cerca pero no son capaces de nutrirse, están separados de la fuente.

No se en qué momento nosotros hemos dejado de interiorizar el hecho de que separados de nuestra fuente nos pudrimos, nos consumimos y acabamos desapareciendo, para pasar a la autosuficiencia de pensar que podremos conseguirlo por nosotros mismos.

Una vez, de camino al templo, Jesús vio desde lo lejos un árbol frondoso, lleno de hojas. Al ser el mes de abril, le tocaba dar frutos, no de los mejores, pero como mínimo dar fruto. Pero no, no tenía ni un solo mísero fruto, ni siquiera uno, incluso al estar conectado a su fuente, no daba nada… “que nunca más nadie coma fruto de ti”.  Esa higuera a partir de ahora no iba a servir ni para el dicho “de higos a brevas”. Era estéril, lo único que hacía era engañar a sus espectadores, falsear la realidad, aparentar lo que no era y ocupar el terreno que podría ser ocupado por otro árbol que si diera fruto.

Engañar; Falsear; Aparentar; Ocupar

Cuando Jesús llegó al templo después de tener el episodio con la higuera, dicho sea de paso, símbolo para la nación de Israel, se encontró con otra higuera; majestuosa, esplendorosa, el maravilloso templo, “casa de oración”. Pero repitiendo el mismo episodio de la higuera, por dentro estaba hueco, estaba vacío, era una cueva de ladrones. Estaban practicando una religión pero estaba muerta. El pueblo de Dios hacia mucho que se había olvidado del significado de ser “de Dios” y de la realidad de tener un templo para adorar y encontrarse con Dios.

Jesús decide meter el hacha en la higuera de la misma manera que decide meter el hacha en el templo. Hasta aquí la paciencia de Dios, hasta aquí la misericordia de Dios.

La metáfora utilizada por Jesús para encuadernar, de una manera en la que antes no se le había visto, la relación de su pueblo con Él, es la higuera: la religión sin vida.

Esa higuera representa también mi vida, representa lo “viva” que es mi vida en Dios o si por el contrario lo hueca y muerta que está.

.Quizás me estoy engañando a mi mismo y a los espectadores, practicando una religión sin vivirla, solo de domingo.

.Quizás estoy falseando la realidad y mi corazón sigue siendo hueco, sin Dios, sin frutos, o quizás unos pocos de la cesta de Gálatas 5.22-23, cuando es “EL FRUTO”, un “pack” entero.

.Quizás me paso la vida aparentando más que experimentando. ¿Son mis obras una consecuencia de la salvación hermosa de Jesús o son un “camino” para aparentar a los ojos de los hombres?

.Quizás estoy ocupando un lugar, o pretendiendo ocupar un lugar, que llegado el momento, Jesús me pueda decir: “no te conozco”…

NO quiero engañarme falseando mi apariencia para ocupar un lugar que no es real, quiero dar “el fruto”, que pertenezca al fruto de la higuera que da de agosto a octubre, el bueno, el sabroso. ¿Pero sabes una cosa? NO puedo hacerlo por mi mismo, solamente La Fuente puede hacer que de ese fruto. Ni siquiera estando cerca, no es suficiente, tengo que estar conectado.

Jesús es la fuente. Quiero ahogarme en Él. Quiero zambullirme en su amor. Dejarme transformar. Dejarme cautivar… 

Quiero que sea tu fuente…

Photo by andrew welch on Unsplash