Has aumentado, oh Jehová Dios mío, tus maravillas;
Y tus pensamientos para con nosotros,
No es posible contarlos ante ti.
Si yo anunciare y hablare de ellos,
No pueden ser enumerados.
Salmo 40:5
El salmo 40 se inicia con un texto que resume una historia de redención: desde el clamor por la ayuda, pasando por la atención e intervención de Dios y terminando en alabanza y en proclamación (v.1-3). De todo ello, el rey David saca una conclusión: la gran satisfacción que se ofrece a cada persona que toma la decisión de poner su confianza en Dios y no en cualquier otro lado (v.4).
Quien vive confiado en Dios, entiende que su mano está con él cada día. Acepta que Dios ha estado pendiente de su propia vida. Él ha tomado a su persona para cuidarla de forma específica. Por tanto, si se pusiera a pensar en los detalles que ello implica, no los podría contar. Esto es así porque todo lo que vive viene de su mano y Dios ha estado activo en cada paso que ha dado.
Dios no es un Dios de mínimos, sino de máximos. Todo lo hace bien y abundantemente. Lo que ha hecho con nosotros es innumerable y tremendamente bueno. Para darnos cuenta de eso, lo mejor que podemos hacer es pensar y tratar de hacer esa lista, con el fin de abrumarnos y causar en nosotros el asombro.
Cuando experimentamos ese asombro, nos animará a anunciar nuestra experiencia con Dios a quienes nos rodean. Y aunque el salmo no lo diga, es probable que el compartirlo con ese entusiasmo y pasión lo haga también creíble a los demás. Cuando nos asombramos de algo, en nosotros surge un impulso de compartirlo y para no hacerlo, casi tenemos que tomar una decisión de refrenar nuestra lengua (v.9), porque nos sale solo. Como si el temor ya no fuera suficiente para callarnos y tuviéramos que ceder a él para ocultar lo que sabemos que ha sido tan bueno (v.10)
¿Qué es lo que, entonces, podría causar que nuestra lengua se refrene a la hora de contar lo que Dios hace en mí ? Pudieran ser varias cosas, como la falta de amor por otros o que el miedo domina sobremanera nuestra vida. Pero quizá es que no estamos experimentando la acción de Dios como algo maravilloso.
En este sentido, tenemos a nuestra mano pedir a Dios que nos asombre de él mismo, de sus obras. Y tenemos también al alcance el dejarnos asombrar dedicando tiempo a pensar en todo ello y a enumerar todas sus maravillas.
Foto de Jamie Haughton en Unsplash
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