Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.
Mateo 9:36
La calle es un lugar de encuentro y observación. Suceden cosas muy habituales y otras extraordinarias. Los parques, plazas y espacios con bancos son lugares donde poder sentarse y contemplar a las personas que pululan a nuestro alrededor. Hay quienes, por distintas razones, disfrutan de hacerlo. Es algo que de alguna forma Jesús también hacía. Quizá no sentado, pero sí se detenía a mirar a quienes estaban a su lado cuando caminaba o cuando les enseñaba. Notaba en ellas ciertos detalles que le hacían constatar su situación desesperada y eso le movía a tener compasión por todos ellas.
¿Qué veía en las multitudes? ¿Era una impresión abstracta por saber que su fin era un destino de muerte? ¿Era simplemente un conocimiento global? Algo de eso habría también, pero puede ser que en la observación apreciara algo destacable en su forma de vida o de moverse, en las cosas de que hablaban o en cómo se trataban. Y puede que en todo ello descubriera su verdadera situación de desamparo y de desconexión.
Por eso, quizá sería bueno que practicáramos la observación, deteniéndonos y mirando a los que nos rodean. No como forma de crítica o para compararnos con los demás, sino para compadecernos y movernos hacia un amor en acción. Lo podemos hacer primeramente con los que están más cerca, como hijos, padres, primos o vecinos, y también en zonas públicas. ¿Qué veríamos en los rostros y posturas de los demás? ¿Podríamos apreciar si están cargados de ira, desesperanza, angustia, dolor, desconfianza, búsqueda? ¿Qué veríamos en aquellos que regresan de una fiesta o en los que caminan en una procesión? ¿Y en los que están en un cumpleaños?
Claro que no somos Jesús, que era capaz de ver en el alma humana mucho más de lo que podemos ver nosotros, pero algo podríamos captar. ¿Y cuál será nuestra reacción? ¿Podremos mirar con compasión en vez de desprecio o miedo? En esos momentos puede que el Espíritu mismo nos hable sobre nosotros y el lugar que tenemos como personas e iglesia en donde Dios nos ha puesto.
Por último, quizá también podríamos observarnos a nosotros mismos, pedir a alguien que lo haga y a Dios mismo que nos mire. ¿Aceptaremos una mirada de compasión y ayuda?
Foto de Gabriella Clare Marino en Unsplash
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