La doble realidad humana

Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados.
Mateo 1:21

Estas son las palabras que el ángel profetizó a José sobre Jesús, cuando éste aún no había nacido. Pero ¿de qué manera aquél niño libraría a su pueblo de sus pecados? ¿Nos libraría de las consecuencias (castigo) de ser pecadores o del dominio que ejerce la maldad sobre nosotros?. Es probable que fuera en ambos sentidos y Jesús vino a solucionar este doble problema humano.

El libro de jueces refleja los dos aspectos. Vez tras vez el pueblo de Israel se olvidaba de su Dios y se apartaba de él, esta rebelión les hacía responsable y culpable. Por ello, Dios les hacía pasar por una situación de sufrimiento, convirtiéndolos en esclavos. El pecado tiene estas dos caras: nos hace responsables ante Dios y nos convierte en personas dominadas e incluso víctimas, ya sea de nuestra propia maldad o de la de otros. Cada uno de nosotros tenemos algo de ambos aspectos. No es posible separarlos. 

Es cierto que la medida en la que somos responsables y víctimas varía mucho. Por ejemplo, una mujer arrastrada a la trata y extorsión es totalmente víctima de su situación y muy poco o nada responsable de ella, pero sigue siendo culpable de otros aspectos de su vida, ya que es pecadora como todo ser humano. Por otro lado, un proxeneta es responsable y culpable del dolor, maltrato y en ocasiones, incluso de la  muerte de las mujeres a las que ha introducido en esta red, pero también está dominado por la maldad de la que no puede salir fácilmente. Hoy en día esta paradoja se muestra en personajes en el cine.

Así que nuestro camino  es contradictorio y a simple vista irresoluble. Nada nos excusa de nuestra maldad, y a su vez somos incapaces de librarnos de ella. Al proxeneta nadie le puede justificar de los horrores que ha provocado, pero también está dominado (esclavo del pecado). La prostituta se encuentra en un lugar del que necesita ser liberada urgente y necesariamente, vive una realidad totalmente injusta, denigrante y peligrosa, pero también será responsable de sus propios actos aunque comparativamente son nada ante la injusticia que está experimentando.

La importancia de no olvidar uno de los aspectos

Si olvidamos que tanto nosotros como otros somos víctimas y esclavos de la maldad (Satanás), dejamos de amar y actuar con misericordia. Incluso podríamos  llegar a pensar que cualquier persona que sufra una injusticia es por su culpa (pensamiento habitual entre los judíos en tiempos de Jesús). También nos costará aceptar la bondad y la gracia de Dios en otros y en nosotros mismos, sobre todo cuando el pasado ha sido horrible. Además podemos convertirnos en personas intransigentes.

Si olvidamos que nosotros y otros somos responsables, no expondremos públicamente la verdad de la maldad, la ocultaremos cuando debe ser incluso juzgada. Justificaremos cualquier hecho bajo la idea de que lo hacemos por culpa de los demás, excusaremos conductas que a Dios no le agradan porque el sufrimiento que se ha tenido que soportar justificaría todo.

La realidad práctica

Aún sabiendo esta doble realidad de la que Jesús vino a redimirnos, no es fácil saber cuándo uno tiene que actuar con mayor firmeza, justicia y protección, y cuándo con misericordia, amor y gracia. Puede que a veces a una persona le toque aplicar la verdad y a otra la bondad, según el caso.

Quizá en muchos momentos lo que necesitaremos es la guía concreta de Dios para cada momento (Lucas 12:12). Jesús supo hacerlo y respondió a cada uno según necesitaba o convenía. De ahí que siempre será necesario que estemos sumergidos en su persona y en lo que se nos ha enseñado de quién es y qué ha hecho.

Foto de Adi Goldstein en Unsplash