1 Juan 1:1

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida

Todos buscamos algo que contemplar, que contenga sorpresa y nos sacuda de la monotonía. Esas experiencias de belleza las podemos encontrar en cuadros, paisajes, habilidades humanas, arquitectura, música o el cuerpo humano. A veces, tristemente, incluso somos capaces de admirar la violencia y lo horrendo. Esta búsqueda es una experiencia de todos los seres humanos que apunta a nuestro impulso de trascendencia. A través de este asombro, de alguna forma adoramos, y es parte de lo que nos permite sabernos vivos.

El apóstol Juan inicia una carta hablando de esa experiencia de contemplación en referencia a Cristo. Él es la persona y la realidad suprema de adoración. Él quiere hablar de Jesús y presentarlo como alguien a quien conoció con sus sentidos, y al que pudieron admirar con asombro.

Sin embargo, como humanos somos capaces de pasar ligeramente ante cosas muy bellas sin apreciarlas. Las razones de este “despiste” pueden ser muchas, e implica perder la oportunidad de una experiencia de vida. A veces puede ser que mirando hacia una pantalla de un teléfono nos perdemos un paisaje espectacular. Este es un pequeño gesto que engloba un comportamiento más general, el de mirar cosas de menos valor, limitando una experiencia mayor. Y eso nos pasa con Dios y con Cristo, incluso para quienes creemos en él: hay muchas distracciones en este mundo que hacen que no sepamos apreciar la belleza del Creador, o como dicen los textos bíblicos, su gloria.

Por ello, siempre será bueno que tomemos la decisión de buscar a Dios y a Cristo como objeto de contemplación. Y esto es importante, porque es algo que tiene que ver con sentirnos vivos, como dice Juan mismo, con “la palabra de vida”.

Contemplar implica tiempo, y no una mirada rápida. Y al relacionarnos con un Dios invisible, nuestros ojos no pueden hacer mucho para verle. Por ello, la forma de asimilarle es por nuestra mente con la ayuda de su Espíritu. Y de hecho, tenemos mucho material en el que podemos poner nuestro pensamiento. Las Escrituras nos describen a nuestro Dios y a nuestro Señor Jesucristo. 

Reflexionando en todo esto, en nuestro caminar de vida debemos hacer espacio para la admiración, organizar nuestra agenda para ello, tiempo en el que podamos tener en mente a quien es inmortal, invisible, sabio y único Dios (1 Timoteo 1:17).

Foto de Donald Giannatti en Unsplash