1 ¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos? 2 ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? 3 ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida? 4 Si, pues, tenéis juicios sobre cosas de esta vida, ¿ponéis para juzgar a los que son de menor estima en la iglesia? 5 Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, 6 sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos?

7 Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? 8 Pero vosotros cometéis el agravio, y defraudáis, y esto a los hermanos. 

9 ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. 11 Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.

1 Corintios 6:1-11

La justicia sin más

Aplicar justicia es correcto, bueno y necesario. En nuestra situación como pecadores, Dios podría impartirla sin más y nadie podría reprocharle nada. Pero si es así, si solo hay juicio, no habrá lugar para que seamos restaurados. La historia de Israel nos muestra parte de esta realidad, el castigo en sí mismo nunca fue lo suficiente para la reforma social y moral. La justicia sola implicaría que todos seríamos condenados, asumiendo nuestra propia responsabilidad.

La ley de Moisés fomentaba que en la vida social de los hebreos lo justo prevaleciese sobre cualquier otra condición. Quien ejerciera de juez no debía ser influenciado ni por el temor del poder o el dinero del rico, ni por la situación miserable del pobre (Levítico 19:15-16). Es cierto que la ley también tenía una puerta abierta hacia el perdón y el sistema de sacrificios y la institución del año de remisión son dos ejemplos de ello, pero esta puerta no llegó a ser suficiente para ellos.

Ahora bien, es con Jesús que podemos entender que hay una posibilidad de una justicia que va acompañada de la gracia, que sí promueve la restauración. En él se satisface toda justicia y nos traza un camino para reconciliarnos con Dios y entre nosotros.

El ejemplo en Corinto

Cuando Pablo escribe a los Corintios, aborda los conflictos que los miembros de esa iglesia tenían, y que los resolvían acudiendo a tribunales públicos. Pablo les recrimina que la iglesia debe tener personas más sabias (1 Co 6.5), y les hace ver que si ellos iban a participar en el juicio al mundo, ¿cómo no serían capaces de emitir juicios entre ellos mismos?

En los siguientes párrafos podemos encontrar dos motivos para ello:

  1. Porque la gracia nos debe mover a vivir (1 Cor 6:7-8): cada uno de nosotros debería saber llevar el sufrir las injusticias, de la misma manera que las sufrió Cristo,y no vivir tanto para para equiparar las cosas;
  2. Porque hemos sido rescatados de injusticias (1 Cor 6:9-11): es difícil comprender la relación entre estos versículos con respecto a las posibles disputas que se están produciendo, pero una posibilidad es que Pablo les recuerda que a ellos no se les ha aplicado la justicia, sino la gracia. ¿No podrían ellos tener eso en cuenta para resolver sus diferencias?

Todo esto tiene que ver con lo que estamos hablando, porque la justicia del mundo no restaura. Puede que ejerza cierto control para mantener la paz, o para recuperar lo que alguien ha perdido, pero nunca cambiará a las personas, porque no conoce la gracia y otras vías que sí promueven la transformación, la convivencia y la reconciliación.

Un camino más excelente

La iglesia muestra, como también dice Pablo, un camino más excelente en base al amor (1 Cor 12:31). En ese camino no queda de lado la justicia, sino que la justicia se cumple y da paso a la restauración. Esto es bueno para nosotros que ya creemos y comprendemos cómo sucede y es bueno también para quienes no lo saben porque no han vivido la gracia de Cristo pero pueden verla en nuestras relaciones.

El caso es que la justicia se cumple porque es en Cristo en quien se aplica. Toda injusticia es llevada a él, y entendemos que eso significa que se han tomado muy en serio. Y una vez que son llevadas a él, la gracia y el perdón pueden hacer su trabajo de restauración.

La gracia en la práctica

¿Cómo es que sucede esto? ¿Cómo lo llevamos a la práctica?

Aprendemos a llevar las injusticias porque sabemos que son hechas justas en Cristo. No podemos, como iglesia y como hermanos, ver que el único camino es resarcir, equilibrar, equiparar. A veces la reconciliación va a implicar perdonar sin posibilidad de pago (que es la esencia del perdón, por otra parte). Es decir, en muchas ocasiones, uno asume el dolor y la pérdida y renuncia a la vindicación.

Hay muchas expresiones de justicia en nuestra vida que manejamos y expresamos sin darnos cuenta que estamos dando poco espacio a la gracia: “no le hablaré más, no le volveré a dar nada, ha sido suficiente…”.  Siempre pensamos que la situación ha sido lo suficientemente gravosa para que la gracia ya no pueda aplicarse. O que la persona ya está en una condición que nuestros actos de gracia sean despreciados, ridiculizados o que nos estén tomando el pelo constantemente. Estas ideas debemos revisarlas, porque la gracia nunca depende del otro, sino de nosotros.

Por otro lado, los problemas y soluciones de estas injusticias pueden no sólo resolver problemas individuales, sino también comunitarios. Nuestras iglesias deben estar formadas por personas que están abiertas a la reconciliación, la gracia y la renuncia antes que al reclamo de la justicia.

Reflexiones finales

No creo que la gracia deba convertirse en una ley. Es decir, no creo que en toda ocasión sea apropiado ceder a las injusticias. No siempre será así y Jesús no siempre lo hizo. Sin embargo, si deseamos la transformación propia y la de quienes nos rodean, la gracia y la aceptación serán un elemento indispensable. Abandonar el deseo propio de revancha y descansar en la cruz tendrá que ser un hábito continuo.

Lo que me pregunto entonces es cómo puedo hacer que mi corazón sea como el de Cristo para saber expresar esa gracia restauradora (voluntaria, escogida y libre), más que una justicia retributiva o educadora, y esto con mi familia, amigos, vecinos, con quienes me molestan e incluso con quienes me odian. 

Finalmente me pregunto si en el fondo lo que busco es mantener un espacio propio de comodidad, seguridad y reivindicación o por el contrario mi interés está en la búsqueda de que en los demás y en mí se forme la imagen de Cristo, siendo canal de su gracia en nosotros.

Foto de RODNAE Productions en Pexels