Lucas narra que mucha gente acompañaba a Jesús (Lc 14:25), le seguían como maestro, algo importante tenía para decirles y esperaban algo grande de él. Sabemos algunas de las expectativas equivocadas que tenían. La escena de este versículo es casi cómica por la descripción que hace de los movimientos. Jesús camina y muchos van detrás de él, él entonces se gira y empieza a hablarles y les dice lo siguiente:
“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aún también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (14:26).
Me doy cuenta del “sin sentido” que pueden tener estas palabras. ¿Para qué le estaban siguiendo hasta ahora? ¿Este hombre busca seguidores o quiere quitárselos de encima. A lo mejor creían que siguiéndole, este hombre podría establecer un tipo de reino que diera a su familia lo que merecían, pero resulta que les pide que renuncie a ellos. ¿Para qué seguir a una persona que habla de esa forma?
Luego Jesús compara esta renuncia con mirar si uno tiene lo suficiente para iniciar algo grande, como la construcción de una casa o ganar una batalla. Pero las historias son contrarias a lo que pide Jesús. Es decir, cuando uno va a construir una casa o va a la guerra, se provee, acumula, consigue materiales o soldados. Pero cuando uno sigue a Jesús, hace lo contrario, suelta, deja atrás, se despoja de lo que le puede molestar. Tiene que empezar sin nada. Y si no empieza así, no va a acabar su discipulado adecuadamente. Así que Jesús les está diciendo: el que quiera aprender de mí, que venga sin nada.
Quiero dejar dos preguntas en las que medito. Es bueno dedicar tiempo a esto que Jesús dice.
¿Qué sentido tiene seguir a alguien que me exige despojarme de lo más valioso para poder aprender de él?
¿Por qué es necesario, para empezar el aprendizaje de Jesús, negarse a la prioridad de esos vínculos tan importantes?
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