Amados hermanos, no hablen mal los unos de los otros. Si se critican y se juzgan entre ustedes, entonces critican y juzgan la ley de Dios. En cambio, les corresponde obedecer la ley, no hacer la función de jueces.
Santiago 4:11
Crítica omnipresente
La crítica puede que sea uno de los males más arraigados de cualquier comunidad, y la iglesia no es una excepción. Constituye buena parte del contenido de lo que hablamos, de tal manera que si desapareciera, quedaría un vacío notable en nuestras conversaciones. Es un riesgo eliminarla, porque puede que nos produzca aburrimiento.
Cumple ciertas funciones aparentemente satisfactorias, además del entretenimiento, como puede ser aliviarnos el sufrimiento por una situación que nos parece injusta. Recriminando al supuesto culpable el dolor disminuye. Sin embargo, como otras tantas cosas en la vida, es un bien que recibimos a corto plazo pero que devuelve una carga más pesada con el tiempo.
El arduo trabajo de un juez
Murmurar contra alguien a sus espaldas está mal. Todos lo sabemos porque no nos gusta que lo hagan con nosotros, pero todos lo practicamos con más o menos consciencia. Deshonra a las personas, que ni siquiera están presentes para defenderse. Pero además, esta práctica también nos daña a nosotros mismos:
- A nivel personal es una carga emocional, sobre todo si es una práctica constante. Estar pensando mal sobre otros continuamente hace que tengamos un corazón que se centra en observar y encontrar lo malo en los demás. Eso va incorporando peso en nuestras emociones. Nos va rodeando la pesadumbre, el desánimo, la falta de esperanza.
- A nivel relacional, cuanto más crítica, menos capacidad tenemos de conectarnos con otros y de mantener relaciones duraderas. Esto implica que poco a poco nos vamos quedando solos. Cada vez menos personas son adecuadas para ser consideradas “dignas” de que le prestemos nuestra presencia. Claro que a veces es difícil darnos cuenta de esto, porque la culpa la tendrán los demás.
Soportarnos nos une
Es por eso que la recomendación de Dios de soportarnos unos a otros (Col 3:13), un aspecto de la gracia, lleva más a la unidad y a la relación. Soportarnos, une. Tener misericordia, compasión, perdón y reconciliación es lo que permitirá la unión. La crítica, por el contrario, desune y destruye.
Es un camino arduo y largo este cambio, que como cualquier cosa en la vida nueva que Dios nos concede, es posible si lo deseamos, nos arrepentimos, tomamos una decisión consciente de cambiar y nos ponemos bajo el discipulado y la presencia de Cristo. El regalo final merece la pena.
Foto de Vitolda Klein en Unsplash
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