No confiéis en los príncipes,
Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.
Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra;
En ese mismo día perecen sus pensamientos.
Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
Cuya esperanza está en Jehová su Dios,
Salmo 146:3-5
A veces reflexiono cuando alguien muestra la desilusión y la sorpresa ante, por ejemplo, a las decisiones políticas o a los resultados electorales, o al desarrollo moral de nuestra sociedad, o a la ineficacia del sistema en el que vivimos.
No puedo juzgar a cada persona que lo expresa, porque la queja a veces surge de una indignación sana. No obstante, en parte debe ser algo que de alguna forma debemos verlo venir.
El salmo 146 es sólo una muestra de una continua advertencia: no confíes en el hombre. En la historia de los Reyes lo vemos de forma repetida y con la advertencia de los profetas que le decían a los líderes de turno: no confiéis en los grandes reyes extranjeros, sino en Dios.
Por poner otro ejemplo, Isaías dijo: “Dejad de considerar al hombre, cuyo soplo de vida está en su nariz; pues ¿en qué ha de ser él estimado?”
El tamaño de nuestra desilusión en el hombre se corresponderá con la confianza que hemos puesto en ellos. Puede que aún no comprendamos el corazón humano, que es engañoso, no sólo de quienes nos desilusionan, sino también el nuestro propio.
Aunque no deberíamos poner nuestra fe en los hombres y sus decisiones, si podemos confiar que todos ellos crean una parte del plan principal de Dios para el mundo (lo acabo de leer esta mañana mismo) :
Colosenses 1
15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación,
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades:
todo ha sido creado por medio de él y para él.
Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente.[h]
Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia.
Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero.
Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud
y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz.
Es precioso pensar que Jesús redime todo y hace que todo funcione junto aunque en algún momento eran cosas malas con un mal intención.
Muy bueno hermano. Bendiciones en el Señor.