No confiéis en los príncipes,
Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.
Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra;
En ese mismo día perecen sus pensamientos.
Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
Cuya esperanza está en Jehová su Dios,
Salmo 146:3-5

A veces reflexiono cuando alguien muestra la desilusión y la sorpresa ante, por ejemplo, a las decisiones políticas o a los resultados electorales, o al desarrollo moral de nuestra sociedad, o a la ineficacia del sistema en el que vivimos.

No puedo juzgar a cada persona que lo expresa, porque la queja a veces surge de una indignación sana. No obstante, en parte debe ser algo que de alguna forma debemos verlo venir.

El salmo 146 es sólo una muestra de una continua advertencia: no confíes en el hombre. En la historia de los Reyes lo vemos de forma repetida y con la advertencia de los profetas que le decían a los líderes de turno: no confiéis en los grandes reyes extranjeros, sino en Dios.

Por poner otro ejemplo, Isaías dijo: “Dejad de considerar al hombre, cuyo soplo de vida está en su nariz; pues ¿en qué ha de ser él estimado?”

El tamaño de nuestra desilusión en el hombre se corresponderá con la confianza que hemos puesto en ellos. Puede que aún no comprendamos el corazón humano, que es engañoso, no sólo de quienes nos desilusionan, sino también el nuestro propio.