Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Lucas 15:23-24
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La alegría del padre y el hijo menor
El hijo menor de esta historia tiene un pasado que es como una mochila llena de piedras. Ha despreciado a su padre dándolo por muerto al pedirle la herencia, ha deshonrado el legado social de su familia, ha fracasado en todas las áreas de su vida y carga sobre sí una vergüenza indescriptible.
Ante unos hechos tan tremendos, ¿hay algo que pueda hacer para compensar el dolor? Por su parte nada. Todo está en manos del padre.
Algo que sorprende en esta historia es la alegría del padre. Al volver su hijo, en vez de recibir un “¡cuánto he sufrido por tu culpa”, es sorprendido con alegría y fiesta, con un “te he estado esperando con ilusión a que volvieras” El hijo entiende que le sigue amando y que ese amor es superior al daño que él ha cometido. No ha hecho ninguna mella en el amor que le tiene su padre. Él es más valioso que los bienes que había gastado, más que el qué dirán de los vecinos, más que la temible reacción de su hermano.
En definitiva, es la alegría desbordada del padre la que puede permitir la restauración y que el hijo menor se pueda alegrar del perdón recibido y soltar la pesada carga.
Esta historia es el reflejo del perdón total, cuando el herido, en vez de resentimiento, siente el anhelo de que vuelvan a él para solicitar el perdón, y cuando eso sucede, lo expresa con alegría y celebración pública. Sí, parece poco humano, injusto y sobre todo arriesgado y hasta estúpido. Esto sólo proviene de Dios y, en todo caso, de un alma transformada por Él.
La alegría del padre y el hijo mayor
El hijo mayor, sin embargo, es la imagen a la que tristemente más me parezco. Es la persona que espera alegrarse por la recompensa, por lo exterior, por la comida, por cualquier cosa externa que le aporte un beneficio. Eso es lo que esperaba del padre: “nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos”.
En tal estado está su alma, tan deficiente es su amor por el padre que la alegría de éste le duele. Le molesta que el padre esté alegre por el regreso de su hermano. Que no esté de su parte, sino del “sinvergüenza”. Ya no es cuestión de que no ame a su hermano, sino que no ama al padre.
Leo y releo la reacción de este hermano mayor y caigo en la cuenta: yo soy así. Y no puedo hacer nada para cambiar mi alma. Me arrepiento y clamo a Dios: perdóname padre y haz que la fuente de mi alegría sea disfrutar de la tuya. Que mi alma se una a ti y aprenda a reír por lo que tú ríes.
Foto de Nathan Anderson en Unsplash
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