Pasados, pues, los días al fin de los cuales había dicho el rey que los trajesen, el jefe de los eunucos los trajo delante de Nabucodonosor. Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. (Daniel 1:18-19. RVR60).

Dejando de fumar

Leyendo un libro sobre dejar de fumar encontré lo siguiente: “en el fondo es el miedo lo que hace que sigamos fumando, el miedo a no poder nunca más disfrutar tanto de la vida sin los cigarrillos, y el miedo a sentirse privado de algo”.

No puedo afirmar si esa frase es así de categórica en la realidad de todos los fumadores, pero en diferentes aspectos de mi vida reconozco ese miedo y es de lo que me gustaría escribir. 

Un ejemplo es el temor a dejar pasar aquellos aspectos de nuestra cultura que me permitan comprender al ser humano, o perder lo que en ella hay de vida. Luego de leer o ver esa porción de cultura, muchas veces me digo que tampoco era tan relevante como esperaba, pero ese miedo sigue presente y me impulsa a seguir buscando, no sea que me vaya a privar de una “revelación” que, esta vez sí, es vital.

No estoy planteando si es bueno o no tener acceso a la cultura, de lo que quiero hablar es del miedo que me mueve a sumergirme en cantidades de libros, películas o música para tratar de que nada se me escape. ¿Y si precisamente ese miedo es el que me limita en mi madurez o disfrute?

Perdiendo algo mayor

Daniel y sus amigos estuvieron ante un desafío parecido. A ellos les ofrecieron una buena alimentación, con acceso a casi todo lo que el imperio babilónico les podía aportar. Es cierto que en base a la ley de Moisés, para ellos no era una cuestión sólo de conveniencia, sino que acceder a ciertas cosas implicaba una contaminación ritual que no se podían permitir. No obstante, a pesar de las diferencias, creo que podemos hacer una buena comparación.

Ellos, ante esta encrucijada, toman la postura de renunciar a las posibilidades del imperio y piden una forma diferente de preparación personal. Es cierto que explícitamente no se dice que Daniel y sus amigos se enfrentaron al miedo a “perderse lo mejor de la vida de Babilonia”, pero en realidad sería una pregunta normal. ¿Se estarían privando de algo importante del esplendor de su mundo? ¿Implicaría eso renunciar a oportunidades y se quedarían desconectados y marginados por ello?

La respuesta de Dios.

La forma en la que Dios responde a su decisión de abstenerse de ciertas cosas, es la de darles más de lo que les prometía Babilonia. A fin de cuentas, todo lo que se les ponía a su disposición, sea cual sea su calidad, estaba hecho por otros humanos, mientras que la vida que viene de Dios provenía de una fuente superior, ya que deriva del mismo Creador de la vida.

Como resultado, a Daniel y a sus amigos los encontraron no sólo físicamente más sanos, sino con una mentalidad y sabiduría superior a la del resto de seleccionados.

Reflexión propia

No siempre tiene que suceder lo mismo con cada persona que decide no contaminarse, o renunciar a la pomposidad del mundo o a alguna otra cuestión que pueda dominarla por el miedo. Dios no está obligado a responder de la misma manera que lo hizo con ellos. Pero, en el fondo, ¿hay en nuestra motivación el temor de ser privados de algo y por lo tanto tenemos puesta la confianza en aquello que no es vital?

Puede que, si esto es así, en realidad estemos perdiendo más de lo que ganamos como sucedió con Daniel. Repito, no quiero decir para nada que acceder a la cultura esté mal, que consumir ciertas cosas sea pecado, que leer literatura sea incorrecto, que comer ciertos alimentos nos contamine. No estoy planteando una cuestión ética, sino de examen de nuestro corazón sobre cómo el miedo puede ser parte de lo que nos esté moviendo y por tanto, no el ejercicio de la libertad que Dios nos quiere dar.

Los desafíos pueden ser múltiples:

  • ¿Bebo café, refrescos, cerveza de forma continua porque si dejo de hacerlo pierdo el acceso a ser una persona socializada? Quizá esta creencia no es cierta y tenemos que cuestionarla.
  • ¿Dejar de comer azúcar me produce un temor de que “perderé” vida porque es la recompensa o el alivio que necesito para mi vida?
  • ¿Necesito escuchar todo tipo de música constantemente para estar al día? ¿Si no estoy al tanto de lo que pasa en música, literatura, noticias, deporte u otro aspecto que me interese temo quedar desfasado?
  • ¿Paso el tiempo en videojuegos y temo al vacío que puede producirse en mí si lo elimino de mi cotidianidad?

Nada de todo esto es malo en sí mismo, pero dicho miedo puede hacernos que invirtamos el tiempo y el dinero de forma incorrecta, o que nuestro pensamiento esté desvirtuando lo que es verdaderamente importante o las formas de obtener aquello que nos dé vida. Como lo expresó el profeta Jeremías, abandonamos el pozo para cavar cisternas vacías. Una vez que estamos ahondando en esas cisternas, tememos dejarlas, no sea que al final, muy en el fondo encontremos el agua que anhelamos. ¿Y si sólo nos faltan unos centímetros más?

Foto de Andy Li en Unsplash