Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Juan 14:6
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La verdad fuera de nosotros
El evangelio que escribió Juan menciona, en al menos 47 ocasiones “la verdad” y “lo verdadero”. Entre toda esta disertación y diálogo Jesús llega a decir sin ambages que él es la verdad (Juan 14:6). Su afirmación es singular y provocadora para aquellos tiempos y para nosotros.
Estamos acostumbrados a pensar que existe una realidad fuera de nosotros a la que nos tenemos que ajustar, al menos hablando en términos físicos (como la ley de la gravedad). Nadie posee esta verdad o realidad, es externa. También nos han dicho que busquemos en el interior de uno mismo nuestra propia verdad, refiriéndose a lo que nos conviene o queremos creer, pero en ningún momento se acepta que los demás la tengamos que asumir. A lo sumo podríamos llegar a pensar que el conjunto de todas las cosas que existen forman la verdad o todo lo real, aunque nunca vayamos a abarcarlas por completo.
Es decir, el ser humano por sí mismo, por su razonamiento o experiencia es incapaz de conocer la verdad, por lo que las palabras de Jesús son bastante chocantes. ¿Cómo alguien pretende ser la verdad?
Destinados a confiar en la verdad y en quienes ya la conocen
Necesitamos algún concepto de la realidad para vivir (algunas verdades) y de hecho nos vamos formando uno con el tiempo, el cual será más o menos acertado y adecuado para cada uno de nosotros.
¿Cómo es que lo adquirimos? Propongo que proviene de dos fuentes. Una es nuestra experiencia. Según se desarrolla nuestra historia individual, vamos comprobando que las acciones que hacemos o las cosas que nos suceden son confiables, y entonces somos capaces de vivir en ellas con cierta seguridad. Por ejemplo, si me muevo en el agua puedo avanzar y no ahogarme, eso se convierte en realidad y verdad.
Otra fuente, y más importante aún, es que quienes nos rodean nos enseñan sobre la realidad. Además parece que estamos diseñados para confiar en otras personas. Siguiendo el ejemplo anterior, es posible que hayamos aprendido que podemos nadar al ver que otros lo hacen o porque otros nos enseñan a hacerlo. Son nuestros testigos y maestros.
Lo sano para los seres humanos es que para el desarrollo de nuestra vida, las personas que nos aman nos guíen en cómo funciona la vida para que sea gratificante y segura. Siempre hemos ido detrás del camino que han trazado otras personas. Hemos confiado en ellas para adquirir la verdad sobre la vida, ya sea en personas que literalmente han estado con nosotros, o de quien hemos oído o aprendido y nos han precedido.
Por tanto, a la hora de vivir, el mejor camino es confiar en los demás. Al menos debería serlo. Lo más sensato sería confiar en otros para que nos guíen, sin quitar que también aprendemos algunas cosas por nuestros propios errores y aciertos.
Esto no significa que en algún momento de la vida cuestionemos las verdades sobre las que hemos vivido, pero incluso ese cuestionamiento surge a veces por otros testigos, o al menos buscamos las alternativas en otros en quienes dirigimos nuestra confianza.
Jesús como verdad confiable
Es en este sentido que tenemos que entender las palabras de Jesús de que él es el camino, la verdad y la vida. Al ser Dios mismo, es quien conoce mejor la vida, es quien siempre ha vivido, quien participó en el diseño de la humanidad y para quién se creó (Colosenses 1:16). Si no fuera poco, fue también quien experimentó la muerte venciéndola para trazar un camino de restauración para nosotros.
Todo esto me lleva a pensar que quizá, a la hora de saber qué es verdad o mentira en este mundo, más que tratar de averiguarlo por nuestra propia capacidad intelectual o emocional, continuamente afectada por las dudas, lo que debemos hacer más bien es decidir quién de entre todas las posibilidades parece ser más confiable para decidir en quién confiar, o en quién poner nuestra fe. En otras palabras, en vez de llegar a Jesús por comprender verdades, llegamos a la verdad por conocer y confiar en Jesús.
Repercusiones
Aceptar este camino tiene sus repercusiones. Una de ellas es que al enfrentar nuestras dudas, que son muchas, más que luchar contra ellas a través de nuestra capacidad intelectual, es mejor que recordemos en quién confiamos.
No digo que el razonamiento no tenga su valor, por su puesto que lo tiene y algunas respuestas tienen su utilidad, pero éste siempre tendrá sus limitaciones, sus grietas.
Una segunda repercusión, a la hora de dar a conocer precisamente el evangelio, es que más que convencer con razonamientos, debemos tener un objetivo más claro, presentar quién es Jesús y proponer a quienes no le conocen que compruebe si Él es una persona fiable y si lo que ha hecho en la vida de sus discípulos (la iglesia) también lo es.
Foto de Mariano Nocetti en Unsplash
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