Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Lucas 18:13
Dentro del mundo evangélico existe una tendencia a afirmar que no somos religiosos. En realidad lo que se quiere decir es que no mantenemos una serie de rituales vacíos, sino que enfatizamos una relación con Dios, con Cristo y que vivimos una vida espiritual más allá de las tradiciones y normas. El que es religioso en este sentido, es un fariseo como aquellos a los que Jesús ponía en evidencia, como cuando relató la parábola del fariseo y el publicano de donde viene el texto que encabeza este artículo.
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Dos “desviaciones típicas”
Este argumento, que tiene mucho de verdad, deriva en posturas que Jesús no procuraba alentar.
Una de ellas es la de que muchos pretenden vivir vidas ajenas al llamamiento de Cristo y luego reafirmarse su decisión con la idea de que él no es un fariseo. Suelen ser personas que han crecido en contacto con una iglesia local, en la que han percibido hipocresía y falta de vitalidad en ella, lo que explica su decisión de vivir su vida alejada de esta comunidad. En este sentido, se podría decir que lo importante no es ser discípulo, alumno y siervo de Cristo, lo único importante es no ser fariseo, y con eso basta. Sin embargo es frecuente ver cómo la persona poco a poco se aleja, no ya de la vida comunitaria, sino de la vida a la que Cristo nos llama.
Otra desviación posible en el intento de “no ser fariseo” es la de, no tanto el vivir alejados, como la de vivir en superioridad. Confrontamos a la iglesia y a su tradición y ritualismo con Jesús, y como sale mal parada, la señalamos como fracasada y mostramos un camino más puro y mejor. Entonces nuestro discurso busca eliminar etiquetas religiosas y tradicionales, con el fin de exhibirnos y mirar por encima del hombro a quienes se mantienen en las viejas estructuras de reuniones de domingo. Frecuentemente este discurso se acompaña de una actitud irónica y provocadora, defendiendo que además Jesús utilizaba este estilo.
Por supuesto que ambas posturas tienen algo de cierto, en todas las comunidades de la iglesia de Dios existe tanto la hipocresía como el tradicionalismo o ritualismo. Son aspectos que de forma más o menos intensa, abruman a las congregaciones y de las que tiene que despertar. No obstante, puede que nos equivoquemos al tomar una actitud de señalar, ya sea para alejarnos en una vida separada de Dios o para acusar y exhibir un camino “más puro”.
Esto quiere decir que puede que sea para nosotros más importante señalar las faltas de otros y marcarnos como personas diferentes que tender caminos de gracia para los que pueden ser nuestros hermanos. Curiosamente, esto nos vuelve a convertir, sin quererlo, en otro tipo de fariseo.
La mirada en la misericordia de Dios
Cuando Jesús narra la historia del fariseo y el publicano, la cuestión no está en que el publicano es mejor que el fariseo, sino en que uno aprovecha la oportunidad de mirar al sacrificio propiciatorio y el otro no. En el momento en el que el publicano pensase “menos mal que yo no soy como el fariseo”, ya tendría el mismo problema: quitó la mirada de Dios para ponerla en otro hombre y compararse.
Es decir, que cualquiera de las dos desviaciones que he mencionado pone la mirada en el otro y se desmarca de éste, creyéndose mejor parado de la comparación.
La cuestión es que nuestro objetivo no es “no ser fariseo”, sino ser seguidor de Cristo. El plan no es mirar a otros y sabernos diferentes, no es aprovechar la hipocresía de unos o la tradición de otros para optar por nuestra postura, sino poner la mirada en Cristo, su oferta de perdón y su llamado al seguimiento.
“Dios, sé propicio a mí, pecador”
Es desde ahí, y sólo desde ahí, es cuando podemos trazar caminos desde la gracia para que otros puedan mirar también a Cristo.
Foto de Dietmar Becker en Unsplash
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