Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
Santiago 4:6
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La lucha infinita
Santiago describe de forma clara a quienes se encuentran fuera de la influencia de Dios, afectados por un conflicto perpetuo: “ustedes quieren algo, y no lo obtienen; matan, sienten envidia de alguna cosa, y como no la pueden conseguir, luchan y se hacen la guerra. No consiguen lo que quieren porque no se lo piden a Dios; y si se lo piden, no lo reciben porque lo piden mal, pues lo quieren para gastarlo en sus placeres (Stgo 4:2-3, Dios Habla Hoy).
Es un diagnóstico iluminador. Si nuestra vida se caracteriza por la lucha constante para obtener poder, razón, justicia o vindicación, y el conflicto genera nuestro proceder, tenemos que ver si éste viene de nuestra soberbia. Porque el resultado es claro: desde este lugar, nos quedamos fuera del mundo que se recibe de Dios. No me refiero a la salvación, sino a la vida cotidiana en Dios.
Incluso en el mundo religioso, cristiano o evangélico, la soberbia nos puede impulsar a la lucha por obtener lo que creemos importante. Pero así, salimos del mundo de Dios que se caracteriza por recibir de él mismo. Como en la historia de Momo de Michael Ende, donde cuanto más lento uno va, más se avanza, así en el reino de Dios, cuanto más luchas por conseguir, menos se recibe.
Es por eso que la soberbia no es algo que debamos tomar a la ligera, porque nos afecta a todos los niveles y nos aleja de Dios mismo y de experimentar su gracia y su cercanía (v.6).
La puerta de la humildad
Por eso, tenemos que tener en cuenta la forma de entrar y vivir en el mundo de Dios. Lo que Santiago dice aquí es vital que lo tengamos en cuenta, ya que no hay otro camino. La unidad con Dios sólo es posible desde la humildad. Aferrándote al orgullo nos alejamos, por mucho que nos esforcemos en entrar por otros caminos. Al soberbio, Dios lo resiste (v.6). Para el soberbio, la puerta está cerrada.
El humilde, sin embargo, experimenta la gracia. La comprende y sabe vivir en ella. No sólo hacia Dios, sino hacia los demás. La generosidad y la experiencia de recibir forma una parte vital y le aportan paz y alegría.
La fuerza de la gracia
Cuando somos golpeados por la soberbia de otros, la reacción natural que nos impulsa es devolver el golpe y buscar la reivindicación. Sin embargo, esta manera de actuar genera soberbia en ambas partes y nos aleja a todos de la gracia.
La realidad es que lo único que puede cambiar la soberbia es la “mayor gracia” de Dios (v.6). La sociedad de este mundo, e incluso la propia iglesia, no necesita demostraciones de poder a través de la fuerza física o de otro género, sino el despliegue de una gracia que revierta las luchas entre nosotros. Dios mismo escogió la entrega de su hijo como medio de penetrar en todos nuestros corazones dominados por la soberbia y llevarnos a vivir en humildad con él. Ahora nos envía a nosotros a ser quienes mostremos esa gracia.
Es probable que la gracia mostrada al soberbio la entienda como orgullo, no la comprenda e incluso hasta le envidie, pero también puede que le abrume y acabe aceptándola.
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