Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.
Salmo 32:1
El perdón de Dios es objetivo. Si acudo a Cristo con un arrepentimiento honesto, Dios lo concede. Que yo lo sienta o no, no afecta a esta realidad. Pero recibirlo es una experiencia subjetiva que puede ir desde no sentir nada, hasta pasar por el alivio y terminar en el gozo. Estas emociones, que se detallan en este salmo, son indicadores de que se está produciendo su efecto sanador.
Además de las emociones, otro aspecto que le acompaña es cuando me veo capaz de ser honesto con mi pasado y mi presente (“en cuyo espíritu no hay engaño”). Es decir, puedo pensar con sinceridad en lo que he hecho, sin engañarme a mí mismo. Incluso puede llegar al punto en el que empiezo a compartirlo. Esto puede ser real, entre otras cosas, porque dejamos de pensar: “qué vergüenza el que Dios me haya tenido que perdonar todo esto”. En vez de eso, reconocemos: “que impresionante es lo que Dios ha hecho y está haciendo en mí”. De la conmiseración al asombro y la alabanza. De seguir anclado en mi persona y mi honor a centrarme en Cristo y en Dios.
Lo normal es que este cambio de pensamiento sea un proceso. Obligar o presionar a una persona a que cuente su pasado es cruel y poco conveniente. Es algo que debe surgir de forma natural desde nuestro interior. Primero lo iré contando a unos pocos cercanos y cada vez seré más capaz de hacerlo a otras personas.
Se habla del riesgo que corremos al hablar de nuestro pasado vergonzoso. Puede que se utilice nuestra historia para dañarnos. También está la amenaza de que algunos, avergonzados, nos abandonen. Son algunas de las razones por las que sería imprudente animar a alguien a hacerlo cuando no le toca. Hablar de nuestra experiencia del perdón tiene que venir de forma natural y con libertad mientras aumenta la confianza en Dios. Llega un momento en el que, como hijos suyos, al ir experimentando las bondades de su perdón, el poder de las palabras del otro dejan de tener tanto efecto en nosotros. Tal es así que nos parecerá una solemne tontería que se rían de mí porque hice tal o cual cosa en mi pasado, ya que como tengo la mente en Dios lo impresionante es que él se alegre en mí.
Foto de Harli Marten en Unsplash
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