¿Soportó Jesús a los insoportables?

“Hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8)

Insoportables

Leí una vez un libro que al terminarlo me dije: “es magnífico, no lo volveré a leer nunca más”. Se trata de “La Conjura de los Necios” de John Kennedy Toole. En esta novela se describe a un hombre con el que pocos seríamos capaces de convivir: Ignatius J. Reilly. Un ser desagradecido, sucio, vulgar, irresponsable, egocéntrico, necio. La obra está tan bien desarrollada, que tienes ganas de llegar al final, porque Ignatius es insufrible y deseas olvidarlo y continuar con tus actividades con normalidad y buscar a otro acompañante de la vida real o literaria. Pero es cierto que cuando lo evalúas te asombras de cómo el autor ha conseguido provocar tanta incomodidad. Por ello creo que es una obra de arte, pero a su vez una experiencia que, al menos yo, no quiero volver a repetir.

Recordé esta lectura por varios encuentros que he tenido días atrás y una pregunta que me surgió de ellos. Uno de ellos fue  mientras esperaba en un centro de salud a que me atendieran. Observé a dos mujeres que no se parecían en nada a Ignatius, pero de alguna forma parecía que  estar con ellas día a día sería con toda probabilidad algo muy complicado.

Ambas mujeres eran de avanzada edad y las dos estaban mal vestidas. Una de ellas con falta de higiene, rostro serio, sin respetar las normas del centro de llevar bien colocada la mascarilla, poco habladora, demostrando exigencia al personal sanitario y sin reaccionar a los intentos de conversación de su acompañante. La segunda, se quejaba continuamente por dolores que seguro que eran reales, expresando continuamente a cualquier persona que pasase, con voz lenta, aquejada y triste, su falta de ganas de vivir y no aceptando ninguna palabra de consuelo de quienes intentaban aliviar su dolor.

Ninguna de ellas probablemente se acercase al tipo de persona persona que era Ignatius Reilly, pero las dos expresaban alguna característica que no te animaba a aproximarse, ya no por sus necesidades físicas o económicas, sino por la carga emocional que descargaría sobre nosotros. Además, ¿qué puede hacer uno para rescatar a estas personas de lo que les rodea y de su propia forma de llevarlo?

¿Jesús se enfrentó a ellos?

Observando a las dos mujeres, sin saber cómo reaccionar, mi mente se dirigió a Jesús y a quienes él se acercó. ¿Se enfrentó Jesús a personas que se quejaban, exigentes y difíciles de llevar?

Quizá no podamos encontrar este tipo de descripciones en los evangelios, pero me extrañaría mucho que entre los paralíticos, ciegos, sordos, mudos, endemoniados, empobrecidos, extranjeros, mujeres con flujo de sangre, samaritanos, cobradores de impuestos, etc., no se encontrasen algunos a quienes calificaríamos de insoportables. 

A veces tenemos la rara tendencia de ver, en aquellos hombres y mujeres que piden con fe la mano sanadora de Jesús, a “buenas personas”, de agradable carácter, a quienes simplemente les ha tocado ser víctimas de algo. Puede que algunos sí, pero puede que otros no, que además de su necesidad también eran “difíciles” de tratar.

Puede ser fácil tener compasión de alguien “abstracto” que no conozco, que es víctima de algún tipo de injusticia. Sin embargo, es bien distinto cuando esa persona te hace la vida imposible, no agradece nunca nada, te exprime para sacar de ti hasta la última gota de sangre, te echa en cara que nunca la comprenderás o tu falta de habilidades para atenderla, no es sencillo seguirle el hilo de una conversación, te desprecia públicamente, se  burla de tu afecto, huele mal, es desagradable a la vista, se insinúa, trata a los demás como un objeto… y además, es víctima de algo que no has sufrido.

La gracia transformadora

¿Es la gracia capaz de alcanzar y transformar a una vida que nosotros calificaríamos de despreciable y poco merecedora por su forma de ser? A veces creo que pensamos que si nos pusieran en la tesitura de comparar el poder de Dios, diríamos que para él sería más fácil eliminar un cáncer que transformar a alguien su carácter o forma de vivir. De hecho no sería la primera vez que escuchase alguna expresión de desahucio en cuanto a que ya no se puede hacer nada por alguien.

Quiero creer que sí, que su gracia puede hacerlo. Quizá no de la forma que nosotros querríamos transformar a alguien (que lo haga igual a nosotros), pero sí a la manera de Dios.

Sin embargo, una vez planteada esta pregunta, me miro hacia mí y vuelvo a cuestionarme: ¿y es acaso el poder de Dios, su gracia, su evangelio, capaz de cambiarme a mí para ser un canal de su obra transformadora, para soportar y expresar el amor de Dios hasta este lugar, esta persona, este que está en lo “último de la tierra”?

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