Dice el necio en su corazón:
No hay Dios.
Se han corrompido, hacen obras abominables;
No hay quien haga el bien.
Salmo 14:1

Toda ética está sujeta a unas creencias. Por ejemplo, muchas de las organizaciones políticas de hoy en día basan su actuación y decisiones en la Declaración Universal de Derechos Humanos, que a su vez fundamenta su ética en la siguiente premisa: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. La dignidad del hombre es la prerrogativa máxima de la que se desencadena el trato en occidente. No hay nada más allá.

Sin embargo, al escribirse este salmo, no existía este tipo de declaraciones a las que los pueblos tenían que someterse, sino que las comunidades y gobiernos se disponían bajo la moral que proponía su dios y secundariamente bajo el mandato de quienes administraban dicha autoridad. No era diferente en Israel, si bien ellos estaban liderados por el único Dios verdadero.

Por ello es lógico que si en aquellos tiempos alguien entendiese que este Dios no existía, o más bien que no estaba presente, o que a éste no le importaba lo que se uno hiciese, esta persona acabase corrompiéndose progresivamente hasta poder llegar a hacer actos verdaderamente abominables. Si no hay quién juzgue, nos queda una progresiva depravación moral.

Todos nosotros tenemos en mente la realidad de que alguien está valorando nuestros hechos, así como el juicio y condena que podemos recibir si transgredimos las normas. Hoy en día, además del entorno familiar, están las instituciones que tienen este rol. No obstante, parece que éstas no pueden dar el resultado deseado. No son suficientemente temidas para controlar la conducta externa y dan palos de ciego a la hora de fomentar el bien. No son efectivas ni para controlar el comportamiento, ni para cambiar la disposición interna. Es decir, las instituciones no tienen la capacidad de sustituir a Dios y poder hacer lo único que él puede hacer.

Por tanto, si sacamos a Dios de la conciencia humana, no hay nada suficientemente importante para, ya no solo regular la conducta, sino para insuflar el deseo de lo bueno. La existencia de una Declaración Universal es insuficiente e ineficaz, por muy bien que esté redactada. Si es en ella donde nos fundamentamos, lo que queda, como dice el salmo es la corrupción de las personas, de las instituciones y de las sociedades. Y es lo que estamos viendo con el transcurso del tiempo en medio de una civilización que ha dejado de lado a Dios.

Pero más allá de descubrir y entender lo que está pasando a nuestro alrededor, realmente tenemos que pensar si aún quienes creemos en Dios podemos llegar a dejarlo de lado hasta el punto de vivir como si no estuviese. Los que afirmamos que Dios existe podemos llegar a ser “ateos” si cuando las pocas veces que pensamos en él es cuando alguien nos pregunta lo hacemos o cuando realizamos una actividad en la que es imposible evitar recordarle (como ir a la iglesia).

Reflexiono por tanto si en mi vida no sigue habiendo algo de necedad cuando pasan los días y no me rindo a la realidad de que “Sí hay Dios”, y ello tiene muchas repercusiones. Reflexiono si no estoy contribuyendo a la corrupción y de la oportunidad que aún Dios me ofrece de ser sal y luz.

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