23 Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. 24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. 25 Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! 26 Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. 27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Mateo 8:23-27
Contenidos
Introducción
* El miedo
Si hiciéramos una actividad aquí y les pidiera que se colocaran al fondo del pasillo los que menos miedo tengan, y en el otro extremo los que tienen más miedo. O quizás puedes estar en un punto intermedio. ¿Dónde te colocarías?
Claro que simplemente he dicho “miedo”. Algunos piensan en la oscuridad, o a que nos hagan daño. Pensamos en cómo vivimos cuando vamos por la calle, etc. Y uno puede sentirse más o menos seguro. Pero en realidad todos vivimos con miedo, algunos ocultos y que no salen a la luz porque nos parece imposible que nos priven de lo que más deseamos, porque las circunstancias no lo han aflorado.
Algunos somos como la idea de elefantes que tenemos miedo a los ratones. Hombres y mujeres fuertes por lo general pero que, ante otros aspectos de la vida temblamos, como a la soledad, a tener una mala reputación, a que sepan de nuestra intimidad o de las cosas que hemos hecho en nuestro pasado. Ahí nuestra vida se tambalea.
Pero es que a veces ni siquiera sabemos los miedos que podemos tener y cómo podemos reaccionar ante situaciones que nunca hemos vivido. De repente uno de nuestros hijos se pone enfermo y nuestra vida se desestabiliza de miedo ante lo que puede pasar.
A veces uno se pone a pensar y a imaginar: si me pasara esto, reaccionaré de esta forma. Si perdiera a mi hijo, si perdiera a mi mujer, si cayera enfermo, etc. Luego suceden esas cosas u otras menos importantes y nos vemos reaccionando con miedo. Fue lo que le pasó a Pedro, que dijo “nunca te traicionaré: aunque todos estos lo hagan yo no lo voy a hacer”. Y lo hizo. Y no es que mintiera, es que no conocía lo débil que era su confianza en él. Fue un descubrimiento para él mismo.
Por eso, nosotros también tenemos que descubrir cómo es nuestra fe. Va a ser difícil que escuchando una predicación lo hagamos, pero al menos me gustaría dar algunas ideas que nos hagan pensar en todo ello y que nos ayuden en nuestra experiencia.
* Propósito
Quiero compartir tan solamente dos reflexiones. La primera es ¿por qué no tenían que temer? y la segunda es sobre la sorpresa de los discípulos cuando se preguntan ¿quién es este?
Introducción al texto
En los primeros capítulos Mateo presenta a Cristo como rey, lo podemos ver cuando se habla de su genealogía, y también porque él mismo empieza a decir que el reino de Dios se había acercado. También se presenta Cristo como legislador, de la misma talla que Moisés. El sermón del monte fue dicho en una montaña, como Dios reveló a Moisés su ley, así Cristo mismo la revelaba, dando un sentido superior a lo que el mismo Moisés había recibido.
Al terminar esas palabras, esta fue la reacción de la gente que le escuchaba: “Cuando Jesús terminó de decir esas cosas, las multitudes quedaron asombradas de su enseñanza, porque lo hacía con verdadera autoridad, algo completamente diferente de lo que hacían los maestros de la ley religiosa” (Mateo 7:28-29). Es normal que pensaran esto porque Jesús decía cosas como: no todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino; o “el que oye estas palabras y las hace”. ¿Quién es este hombre para decir estas cosas?
Los siguientes pasajes van a mostrar quién es. Los capítulos 8 y 9 son una muestra de Jesús que con su voz hacía que sucedieran cosas. Con su voz limpió a un leproso, sanó al siervo de un jefe del ejército romano, y el texto dice que con su palabra “echó demonios y sanó a muchos”.
Uno de los pasajes relevantes es el de ese siervo del centurión. Este hombre entendía que cuando un superior le pedía algo, él obedecía y que cuando él como jefe pedía algo, también le obedecían. Sólo hacía falta expresar su deseo o su orden y otros lo hacían por él. Jesús se maravilla por su confianza en quién era Jesús. Este hombre entendía que la voz de Jesús no era un poder mágico, sino que era una voz de autoridad y que cuando él decía algo, todo le obedecía, incluida la misma naturaleza.
Jesús reside en el norte del lago de Galilea, en Capernaum. Hay mucha gente que va en su búsqueda a hablar con él y a llevarle personas que necesitan de su ayuda. En un momento determinado decide ir en barco a otro lugar. De hecho se dirigieron a tierra de los gentiles, lo que hoy es Jordania, al este del Jordán. Es en ese viaje donde ocurre esta tormenta en la que despiertan a Jesús para que les salvara.
¿Por qué no debían temer?
Aunque varias de las personas que estaban en esa barca eran pescadores, acostumbrados a la navegación en ese lago, que debían conocer bastante bien, la tormenta que se generó fue de tal calibre que empezaron a temer por su vida. Jesús parece que les reprende por eso, aunque no sabemos el tono real de sus palabras. Quizá fueron dichas con preocupación y comprensión, más que con enfado. Pero queda claro que no tenían razón para temer, sino para estar confiados.
¿Cuáles son esas razones? El texto no lo dice, pero voy a sugerir al menos dos que tienen relación entre ellas.
- La presencia de Jesús
Cristo estaba allí presente. Que el barco se hundiera y murieran todos implicaría que también lo haría él. Y eso, en aquél momento no tenía ningún sentido.
La perspectiva de que Jesús no iba a fracasar, que las cosas no iban a terminar de aquella manera podía haberles dado cierta tranquilidad.
- La perspectiva de la obra que iba a hacer Cristo
No era el momento del fin porque no era el momento en el que Cristo moriría. La fe tenía que provenir del conocimiento de lo que Cristo estaba haciendo. El problema de su fe no era que no creyeran que Jesús podía o no calmar el mar. El problema de su fe era que habían perdido la perspectiva de la obra completa que su rey vino a hacer. Su labor no estaba terminada y la vida tenían que verla desde ese punto de vista.
¿Qué sentido tiene que Jesús los llamara a aquellos 12 para morir en una tormenta? Dios les había llamado para algo que aún no se había cumplido. Claro que podían morir y lo harían más adelante, e incluso Jesús mismo. Pero no era el momento. Ellos estaban viendo la vida sólo desde el punto de vista de los hechos presentes y no tenían la perspectiva de la obra de Dios.
Centurión:
Podemos verlo en contraste con el Centurión y cómo él comprendió lo que estaba sucediendo, que mencionamos antes. Este hombre sabía que había algo en juego, que Jesús era un enviado con una misión y que para cumplirla no estaba solo, ordenaba y las cosas sucedían, de ahí que Jesús se sorprenda de su fe, no como un poder mental, sino como la confianza que provenía de la comprensión de quién era Jesús y qué vino a hacer.
- Hay una correlación directa entre nuestro temor y nuestra fe. Nuestra fe no implica superar cualquier conflicto, sino una mirada más allá hacia lo que Dios está haciendo. Llegaría el momento en que morirían y lo harían con fe. La fe no es un camino para evitar la muerte, es un camino para vivir las experiencias con Cristo.
Como iglesia quizá también podamos estar viviendo cambios que nos causen temor.
¿Quién es Jesús?
El mar en la teología
Para entender lo que está sucediendo aquí, necesitamos algo más de contexto. En la mente de los discípulos, de Mateo como escritor y de los que leyeron por primera vez aquellos textos, el mar tenía mucho significado y lo que sucedió tuvo una fuerte implicación.
Vamos a leer algunos textos:
Dios fue el creador y quien constituyó el mar (Génesis 1:6-11):
6 Entonces Dios dijo: «Que haya un espacio entre las aguas, para separar las aguas de los cielos de las aguas de la tierra»; 7 y eso fue lo que sucedió. Dios formó ese espacio para separar las aguas de la tierra de las aguas de los cielos 8 y Dios llamó al espacio «cielo». Y pasó la tarde y llegó la mañana, así se cumplió el segundo día.9 Entonces Dios dijo: «Que las aguas debajo del cielo se junten en un solo lugar, para que aparezca la tierra seca»; y eso fue lo que sucedió. 10 Dios llamó a lo seco «tierra» y a las aguas «mares». Y Dios vio que esto era bueno. 11 Después Dios dijo: «Que de la tierra brote vegetación: toda clase de plantas con semillas y árboles que den frutos con semillas. Estas semillas producirán, a su vez, las mismas clases de plantas y árboles de los que provinieron»; y eso fue lo que sucedió.
Dios fue el único que podía controlar su fuerza (Job 38:8-11):
»¿Quién contuvo el mar dentro de sus límites cuando brotó del vientre
9 y cuando lo vestí de nubes y lo envolví en densa oscuridad?
10 Pues lo encerré detrás de portones con rejas y puse límite a sus orillas.
11 Dije: “De aquí no pasarás. ¡Aquí se detendrán tus orgullosas olas!”.
Para aquellos hombres sabían que el mar estaba relacionado con el mal y con seres enormes, bestias marinas que incluso podían representar el mar. Y aún así incluso ellos estaban bajo su dominio (Isaías 27:1)
En aquel día, el Señor tomará su espada veloz y terrible para castigar al Leviatán: la serpiente que se mueve con gran rapidez, la serpiente que se retuerce y se enrolla. Él matará al dragón del mar.
¿Quién es capaz de hacer esto? ¿Quién es Jesús?
Jesús se presenta como aquella persona que domina al mar, que con su voz le dice que haga algo y el mar le hace caso. Que está no sólo sobre la naturaleza, sino sobre los poderes del mar y de la maldad. Todo esta situación apunta a que Jesús no podía ser otro sino Dios.
El encuentro es de verdad tremendo, porque no lo llegan a decir, quizá no lo llegan a aceptar aún, pero en ese momento están ante preguntas tremendas, ¿cómo es posible que Dios mismo estuviese ahí al lado de ellos?
Conclusiones
Tenemos dos tendencias, o miramos a Jesús como Dios y separado de nosotros, o lo miramos como uno igual que nosotros sin más. A veces tratamos de encontrar un punto intermedio, imaginarnos a un hombre que era poderoso y que podía hacer muchas cosas. Pero ninguna de estas tres cosas son ciertas. Jesús no era sólo hombre, no era sólo Dios y no era mitad hombre y mitad Dios, como los semidioses griegos.
Jesús era completamente Dios y completamente hombre. Y como tal está plenamente cercano a nosotros y es plenamente diferente a nosotros. Y esto no es contradictorio, es sorprendente y misterioso. Y la reacción que debemos tener es la de maravillarnos y no dejar de preguntarnos: ¿quién es este hombre?
- Vamos a vivir la vida según comprendamos, aceptemos o integremos a Cristo. Si sólo como humano que nos comprende ¿cómo vamos a vivir? Teniendo a alguien que nos consuele, pero que no puede hacer mucho por nosotros más allá de llevarnos al cielo. Si es un Dios distante, es alguien que va a lo suyo, a sus proyectos y que tiene que ver poco con lo que vivo yo en mi día a día. Pero si es Dios y humano a la vez, es alguien capaz y que está interesado en lo que los humanos están viviendo en esta tierra.
- Necesitamos comprender la vida en el marco de un rey, y no centrada en nuestros problemas o “tormentas”. La tormenta en este pasaje no representan nuestros problemas, sino el dominio de Cristo sobre toda la naturaleza y la maldad. Mi vida tiene que acoplarse y fundamentarse en la suya. En plena confianza de que su interés está en nosotros. Lo que Cristo está haciendo es por puro amor hacia nosotros, así que podemos poner nuestra confianza en él y buscar su propio bien que va a revertir en el nuestro propio.
- Es por eso que tenemos que pensar en que obedecerle es bueno. Y casi tendría que ser una reacción natural ante su persona, cuando nos deslumbramos de quién es y qué hace.
- ¿Cómo nos maravillamos? Pidiéndoselo. Es posible que él nos ponga en situaciones donde se nos cuestione nuestra fe, pero él necesita sacarnos de nuestro egocentrismo, de mirar la vida por los momentos que estamos viviendo, de levantar la cabeza y mirarlo a él, aunque se haga patente la poca confianza que tenemos y lo poco que le conocemos.
Foto de Joshua Burdick en Unsplash
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