Pedir es algo tremendo, incómodo, fantástico. Puede ser muchas cosas. Puede ser inquietante tanto para el que pide como para la persona a quien se pide. Pedir puede ser molesto, vergonzoso, pero no hacerlo también, puede significar despreciar la ayuda de quien te quiere. Como son muchas las implicaciones que tiene pedir, me gustaría tan sólo poner algunas reflexiones en torno a la historia de una mujer de la que sólo sabemos su lugar de residencia. La conocemos como la mujer “siro-fenicia” (Mr 7:24-30).

Esta mujer se acerca a Jesús y le pide. Jesús en principio se niega, explicándole que él había venido por los de su pueblo. Y sabemos que la mujer no se arredra, no se va triste como sí lo hizo el hombre rico a quien Jesús le dijo que vendiera todo (Mr 10:17-22) . Ella acepta el desafío de Jesús y utiliza la misma parábola o imagen para seguir pidiendo.

Esta historia me ha hecho pensar en algo sobre pedir que tiene que ver con las sociedades occidentales en las que muchos vivimos.

¿Esta mujer exige? No parece que lo haga, acepta las palabras de Jesús, pero sin embargo sigue pidiendo. No lo hace en base a exigencias, a derechos, a merecimientos, a la defensa de su dignidad e igualdad como persona frente a la nación judía. Quiero proponer que basa su petición en base a la bondad de quien puede hacerlo, en base a la misericordia, la capacidad y la abundancia de quien puede responder a su petición. Como lo expresó Timothy Keller: “Señor, no te digo que me des lo que merezco en base a mi bondad; lo que te pido es que me des lo que no merezco en base a tu bondad”. Pedir y recibir en base a la gracia es una experiencia más plena que cualquier otra base para hacerlo.

Entonces me pregunto ¿y si aprendiéramos a pedir y recibir de esta forma? Quizá lo vemos más factible a la hora de pensar en pedir a Dios. Pero ¿y si pedimos entre nosotros de esta forma? Que en vez de que la petición sea una obligación, la convertimos en una posibilidad de tratarnos con bondad los unos a los otros. Pedir y dar se convierte en algo mucho más pleno que la exigencia, porque damos lugar a la posibilidad de tratarnos con bondad.

Los derechos tienen su lugar, sobre todo para protegernos cuando la bondad no surge y cuando la maldad predomina, algo que sucede a menudo, pero no es el ideal. Lo que debemos proclamar como iglesia no es tan sólo que se cumplan nuestros derechos. Podemos mostrar algo más, que nos tratemos con bondad, porque Dios ha hecho posible que surja la bondad entre nosotros. 

Si sólo pedimos exigiendo nuestros derechos, si pensamos sólo en estos términos, negamos la oportunidad de la bondad y la generosidad, del regalo. A otros y a nosotros. Y creo que esto no es evangelio.