¿Se atreverán a mentir en nombre de Dios?
¿Argumentarán en su favor con engaños?
¿Le harán el favor de defenderlo?
¿Van a resultar sus abogados defensores?
¿Qué pasaría si él los examinara?
¿Podrían engañarlo como se engaña a la gente?
Lo más seguro es que él los reprendería
si en secreto se mostraran parciales.
Job 13:7-10
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Los defensores de Dios
Cuando alguien ataca a algo que amamos, nuestra tendencia es defenderlo. En ocasiones es algo bueno, pero no siempre. Las motivaciones internas o psicológicas (si preferimos llamarlas así), podrían ser múltiples, como proteger lo que apreciamos o protegernos a nosotros mismos.
Job acusa a sus amigos de ponerse en la posición de defender a Dios, y de que al hacerlo, se equivocan, porque hacerlo les lleva a engaños. Es probable que ellos no tuvieran intención de falsear la verdad, pero acaban haciéndolo, engañándose a sí mismos. Parece que es más importante ponerse de parte de Dios y explicarlo a él que exponerse a sus misterios y con ello empatizar con el sufrimiento de su amigo. El caso es que en ese afán de defensa, le estaban haciendo un flaco favor tanto a Dios como a Job.
¿Quién defiende a Dios?
Tendríamos que empezar por preguntarnos, ¿a quién ha puesto Dios para que le defienda? ¿Es que lo necesita? La pregunta es importante, porque al menos yo, reconozco que en muchas ocasiones siento (sí, siento más que “pienso”) que Dios, Cristo, y su evangelio está “en peligro”. Entonces nos embarga una sensación de preocupación, de urgencia o indignación que nos mueve a hacer algo por él. ¡Cómo si estuviera en mis manos evitarlo! O peor aún, ¡como si a él se le hubiera ido de las suyas!
Y la pregunta vuelve a surgir, ¿Dios necesita ser defendido? En toda la historia bíblica vemos que es al revés, es el ser humano el que necesita y clama que Dios le proteja. La realidad que conocemos es muy clara, Dios es soberano, y no necesita a nadie que le ayude.
Sin embargo, los amigos de Job, equivocándose en la posición que deben tomar, acaban hablando cosas que no llevan a ningún lado y causan más daño. Y es que, aunque quizá el texto de Job no lo exponga de esa forma, puede que lo hayan hecho más por sus propias dudas y temores que por un interés genuino en Job.
La apologética bien entendida
Con esto no quiero decir que Dios no quiere que hablemos de él, pero sí que lo hagamos desde el punto de vista correcto, como proclamadores, anunciadores y no como defensores.
El caso es que, cuando hablamos y discutimos con alguien que tiene recelos hacia Dios, es muy habitual que tomemos esta postura defensiva. Yo me confieso culpable de haberlo hecho. Cuando nos abruman con preguntas inquietante que tienen que ver con algo de Dios que no comprendemos nos ponemos nerviosos y respondemos defensivamente; Pero él no nos pide eso.
Me pregunto si el clamor de Job nos puede ayudar a acercarnos más a las personas que, sin necesidad de estar sufriendo tanto como él, necesitan que alguien se ponga de su lado en cuanto a su incomprensión y no que se aleje y se le acuse. Esto no significa aceptar que nadie es pecador y que todos somos simplemente víctimas, porque incluso Job mismo llegó a arrepentirse.
Sin querer ser dogmático, puede que las personas que luchan contra Dios y con una vida que les sobrepasa, les venga mejor que se le tenga más comprensión y escucha sobre por qué se están enfrentando a él, que hacer acusaciones y defensas no pedidas por Dios mismo. Despreocupémonos, Dios no tiene temor de ser humillado o vencido por haber obrado de la forma que lo ha hecho. Nadie podrá juzgarlo.
Quizá con ese apoyo podamos ofrecer el camino para que los que no conocen a Dios se encuentren con la revelación, el amor y su misericordia en la persona de Cristo.
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