“Las buenas influencias no existen”, Oscar Wilde

El personaje de Lord Henry, en la famosa novela de «El retrato de Dorian Gray», dice lo siguiente: “Las buenas influencias no existen, señor Gray. Toda influencia es inmoral; inmoral desde el punto de vista científico” y luego explica “Porque influir en una persona es darle la propia alma”.

Algunos humanos podemos pensar que somos personas tan fuertes y estables que nadie ni nada nos influencia. Esto se convierte en razón de orgullo. Pero lo cierto es que somos influenciables. Eso es una realidad, que si uno lo piensa serenamente, acaba por reconocerla. Sin embargo, al contrario de lo que dice Lord Henry, no es malo en sí mismo.

Es bueno ser influenciable

Es bueno porque Dios nos ha creado así, influenciables, vulnerables. Es cierto que fue una de las razones por la que nos rebelamos hacia Dios mismo (Génesis 3), pero también es como Dios quiere que nos acerquemos y vivamos para él, con un corazón de carne y no de piedra (Ez 11:19-20).

Procesos de influencia

Pero no quiero detenerme en este tema tan interesante de lo apropiado que es ser afectado por otros, sino en lo que dice un texto bíblico sobre ello. Los primeros versículos del Salmo 1 nos muestra un progreso y diferentes intensidades de influencia en el que meditar, trasladando su sentido a nuestra vida:

Dichoso quien no sigue el consejo de los malvados,

ni en la senda de los pecadores se detiene,

ni en compañía de los necios se sienta

(Salmo 1:1, Versión La Palabra)

No es lo mismo seguir que detenerse, ni detenerse  que sentarse. El salmista quiere reflejar un progreso de dejarse llevar cada vez más, en este caso por personas que orientarán nuestra vida hacia la necedad.

De esta misma forma, como un ejemplo, no es lo mismo cruzarse con un vídeo que curiosear un canal, y tampoco es lo mismo que suscribirse para seguir lo que ese canal transmite continuamente. Sí, puede ser un ejemplo simple, o quizá no tanto según del canal de que se trate. Pero así todos lo entendemos y podemos aplicarlo dedicando algo de tiempo a pensar en la vida de cada uno e identificando la intensidad con la que diferentes cosas nos están influenciando: personas, lecturas, redes digitales, multimedia, etc.

Una apertura total a la influencia

Aún hay más, porque existe todavía un nivel de influencia más penetrante:

–       “Sino que se complace en la ley del Señor” (Salmo 1:2, La Palabra)

–       “Sino que en la ley de Jehová está su delicia» (Salmo 1:2, Reina Valera 1960)

–       “Sino que en la ley del Señor se deleita” (Salmo 1:2, Nueva Versión Internacional)

Después de sentarnos, queda deleitarnos, disfrutar o complacerse. El deleite implica la entrega de nuestra alma, bajar completamente todas nuestras defensas y recibir lo que venga sin cortapisas, sin tapujos. Aquí podríamos afirmar con Lord Henry: “influir en una persona es darle la propia alma”.

Y esto no es malo, siempre que, cuando nos entreguemos, lo hagamos con toda confianza de que nos va a llevar hacia la vida, como es el caso de la Palabra de Dios.

Escoger nuestro mejor influencer

Todo esto ocurre en dos sentidos: seguir, caminar, detenerse, sentarse y deleitarse en lo que nos lleva hacia la necedad o en lo que nos lleva a la vida y a una vida de fruto (Salmo 1:3-6).

Por eso, la persona sabia no es la que vive sin influencias, sino la que escoge mejor sus influencias, la de Dios mismo como vemos en este salmo y la de quienes también le acompañan en la vida en Dios (Salmo 122:1).

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