Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres,
Para ver si había algún entendido,
Que buscara a Dios.
Salmo 14:2

La mirada inquisidora de Dios

El salmo 14 es especialmente conocido porque Pablo lo cita como argumento a la realidad de que todos los seres humanos (Romanos 3:10-12), ya sean descendientes de Abraham o no, tienen un problema dentro de sí mismos, porque no  pueden llegar a la perfección. No solo eso, sino que no hay nadie de nosotros que sea capaz de buscar a Dios. No de buscar dioses o sistemas religiosos o redentores falsos, porque eso sí lo hemos hecho, pero a Dios mismo no. Mucho menos somos capaces de vivir como corresponde frente al Creador.

La búsqueda de Dios no es negativa. Él verdaderamente desea encontrar a quienes le buscan. ¿Se quedará sin encontrar a nadie? El salmo en sí mismo no es un poema negativo, sino que termina con esperanza. Su último versículo expresa un deseo de que de Sión surja la salvación de Dios, y afirma con rotundidad la esperanza de la restauración (v.7).

Y encontró a Cristo

El salmo termina ahí, pero la historia no. ¿No miró Dios a su creación cuando Cristo caminó entre nosotros? Entonces encontró a ese uno, a alguien que pensaba en él (v.1), que hacía el bien (v.1), sabio y que le buscaba (v.2), que no se desvió (v.3). Uno solo, el único a quien pudo encontrar (v.3).

Vio a uno que no devoró a su pueblo, sino que se entregó y se dejó devorar, que se convirtió en pan y alimento para los humanos (v.4). Alguien que, a pesar de su justicia, recibió en sustitución el terror de Dios (v.5).

Al parecer, la maldad había triunfado definitivamente sobre Cristo, el oprimido (v.6), pero Dios nuevamente desbarató sus planes y como profetiza el salmista, desde Sión vino la salvación (v.7).

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