Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. 
Marcos 12:13-17

Situación actual

Existe una lucha más o menos intensa dentro del mundo cristiano frente a los pasos que da nuestra sociedad laica en temas como el aborto, la actividad sexual y la identidad de género. Se palpa una gran preocupación con respecto a las consecuencias para nuestra libertad religiosa y existe una llamada urgente a tomar una postura activa que cambie este rumbo o que al menos lo frene.

En medio de todas estas voces pienso en que hay demasiada confusión y en la forma en que. como iglesia, estamos viviendo coherentemente con lo que Cristo es y espera de nosotros. Teniendo en mente esta realidad, pensaba en una conversación entre Jesús con algunos líderes religiosos, la cual puede darnos algunas pistas sobre cómo podemos enfrentarnos a este devenir.

La cuestión ética

La gran mayoría de nosotros cumple pagando los impuestos. ¿Qué se hace con ellos? Entre otras cosas, algunos servicios que nos favorecen (sistema público de salud), pero también otras con las que éticamente no estamos de acuerdo, como invertir en recursos médicos que favorecen el aborto.

Eso es algo que también ocurría bajo el imperio romano. Del pago de impuestos, las provincias obtenían ciertos beneficios, como el orden público, las calzadas o los avances tecnológicos como los acueductos. Pero otras cosas no les interesaban, como el exceso de autoridad o la promoción de su cultura y religión.

En los tiempos de Jesús también había leyes o libertades dentro del mundo romano que no coincidían con la ética de Jesús y su reino, de hecho, se practicaban las relaciones sexuales entre hombres e incluso la violación de los esclavos por parte de sus amos (a hombres o mujeres). No obstante, Jesús no impulsó ningún tipo de movimiento social para deshacerse de este imperio tan desviado de la persona de Dios.

Los hechos

Cuando Jesús se dirige a Jerusalén para ser entregado, al día siguiente de la entrada triunfal en la ciudad, ocurren varios debates dentro del recinto del templo en los que se lanzan retos que plantean dos posiciones contrarias. Defender una de ellas implicaba ponerse de parte de un grupo y en contra de otro.

Por ejemplo, cuando a Jesús le preguntan de dónde provenía su autoridad, sobre todo por cómo había estorbado el mercado en el templo, Jesús les puso a ellos entre decidir si Dios estaba con Juan o no, teniendo que decidir entre la postura oficial religiosa (Juan no tenía credibilidad) frente a la postura popular (Juan era un hombre de Dios). En este caso, los fariseos no saben responder a Jesús.

Luego son los mismos fariseos junto con otro grupo político-religioso (Herodianos) quienes intentan hacer lo propio con Jesús. ¿Hay que pagar impuestos o no? Si contesta que sí, apoya a Roma y pueden atacarle y por fin el pueblo le rechazaría. Si dice que no, se rebela a Roma y pueden mandarle a otros que lo ataquen, también lo aprovecharían para desprestigiarle frente al pueblo.

La respuesta de Jesús

No sólo en este suceso, sino en ningún otro, Jesús se mostró con la intención de tumbar el poder romano opresor.  Eso no significó que haya sido indiferente a las consecuencias de las injusticias, ni a las víctimas. No lo fue, su propósito tenía que ver con ellas y ofreció alivio a muchas.

Él no estuvo de acuerdo con lo que promulgaba aquella sociedad, pero puso de manifiesto que el camino para que el reino se introdujera, expanda y cumpla en la tierra, no era por la vía del cambio de leyes, de derrumbar instituciones, de tomar medidas políticas, ni de conservar derechos y deberes.

Jesús habitó en una provincia bajo el mando del imperio romano. Él pudo vivir la vida del reino y a la vez obedecer a su Padre en esas condiciones en las que fue enviado. De hecho enseñó cómo hacerlo en el Sermón del Monte aún cuando el resultado fuese la persecución. En su libertad cumplió con las normas romanas y desobedeció aquello en que no podía ceder (como ayudar a alguien un sábado, rompiendo una tradición judía y no una ley romana).

Por todo ello pudo zafarse perfectamente de la pregunta que le hicieron diciendo: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”, porque era libre del juego al que participaban los fariseos.

Enviados a un mundo de lobos

A punto de ser ejecutado Jesús respondió a Pilato: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn 18:36). Estas palabras de Jesús nos deben hacer pensar: ¿en qué consiste nuestra lucha?

Aunque ciertamente nos importa lo que está sucediendo, sabemos que el camino que debemos seguir no es el del poder, el de las leyes, el de la imposición moral, sino el de la entrega y el discipulado.

No da tiempo para entrar en ello, y tampoco soy historiador para hablar con una pizca de autoridad, pero si nos adentramos en los cambios sociales que el cristianismo ha provocado, veremos probablemente que esta ha sido la pauta adecuada. De hecho, tras la resurrección de Cristo, la iglesia tampoco se enfrentó en su contexto al poder político, sino que sufrió y convivió en medio de él, como lo hizo su maestro. De hecho el llamado de los apóstoles fue a sufrir como él lo hizo y nunca a cambiar las leyes. Eso sí, en ocasiones llegaba un momento en que la influencia del evangelio se extendía tanto que las leyes y gobiernos injustos caían.

Corazón a corazón

Esto no quiere ser una invitación a que no hablemos, a que cuando ejerzamos nuestro derecho del voto no tengamos en cuenta estos cambios o a que no tomemos iniciativas sociales para aliviar el dolor. Pero debemos ser conscientes que ninguna de estas vías produce el cambio, porque si los corazones de las personas no son transformados por Dios, cualquier otro camino será un fracaso seguro.

La mayoría de nosotros vivimos en un mundo laico, con gobernadores laicos y nuestro llamado sigue siendo principalmente el mismo: no el de mantener unas condiciones de derecho, sociales o económicas, sino a la entrega, al discipulado, a invitar a las personas a entrar en el reino.