Te amo, oh Jehová, fortaleza mía.
Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador;
Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré;
Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.

Salmo 18:1-2

Te amo, pero no.

Este salmo empieza con una expresión única. Sólo aquí se encuentra esta forma de dirigirse a Dios en todo el Antiguo Testamento: “Te amo, oh Jehová”. Al menos en mí, esta no es la forma más habitual de dirigirme a él, con estas palabras tan explícitas y comprometedoras. Supongo que en parte porque, si las dijera, en el fondo habría algo en mí que cuestionaría si son ciertas o no.

Puede que lo más honesto es expresar, al igual que aquél que pidió a Jesús que hiciera crecer su fe, lo siguiente: “te amo Señor, pero aumenta mi amor, porque sabes que no es suficiente, ¿para qué vamos a engañarnos?”

Aprendiendo a amar

Si nos preguntasen: ¿quieres amar más a Dios? Muchos diríamos: sí claro, ¿pero cómo hago? ¿Cómo se enseña a una persona a amar? 

Sabemos que el amor es más que sentimientos y emociones, no es cuestión de enseñar una emoción porque eso no se puede, y hay amor que existe aunque las emociones no acompañen del todo. Pero tampoco es meramente voluntad. Sea como sea, no es sencillo dirigir mis afectos hacia Dios. No está del todo a disposición de quererlo. Aquí, querer no es poder.

Sin embargo, quizá este salmo pueda darnos algunas pistas. ¿Qué está experimentando David para que pueda decir “Te amo, Jehová”? De forma bosquejada sugiero estas posibilidades:

  1. Una actitud de búsqueda (v.3-6)
  2. Meditar en los hechos redentores de Dios, tanto en la historia como en nuestra vida (v.7-19). En nuestro caso hoy, sobre todo poner la mente en la vida de Cristo, su venida, su servicio, muerte, resurrección y ascensión.
  3. Reconocer el misterio de que es él quien se agrada de mi persona (v.20-28), sabiendo ahora que sólo es posible por Cristo
  4. Recordando la victoria que ha obtenido para nosotros y que ya no seremos definitivamente derrotados (v.27-29)
  5. Contemplando a la persona de Dios, dedicando tiempo a reflexionar en quién es (v.30-37)

Aprendemos a amar no por teorías, sino por cercanía con las personas, conviviendo, riendo, deleitándonos, compartiendo experiencias. Esto ocurre tanto con las personas como con Dios. Nuestro amor no surgirá por arte de magia, sino por la búsqueda continua de su presencia. En la medida que le veamos actuar en nosotros nos acercaremos a poder decir cada vez con más sinceridad y verdad: “Te amo, oh Dios”.

Foto de Emmanuel Phaeton en Unsplash