Nosotros nos alegraremos en tu salvación,
Y alzaremos pendón en el nombre de nuestro Dios;
Conceda Jehová todas tus peticiones.
Salmo 20:5
El salmo 20 es un cántico a un rey, en el que el pueblo expresa su deseo de que Dios le prospere en las batallas y conflictos. Es curioso que esté escrito por David ya que es él el rey. Es como si él pusiera palabras al pueblo. Quizá compuso algo que de alguna forma había escuchado de ellos.
No es difícil ver en el Salmo a Cristo. Como dice Bonhoeffer, los salmos en realidad son las oraciones de Jesús. Es decir, sólo él o sólo en él pueden ser comprendidos. Sólo en él se cumplen y sólo él tiene la integridad para hacerlos completamente suyos.
Cristo sufrió una batalla el tiempo que estuvo entre nosotros, y la libró sobre todo en su muerte y resurrección, las palabras del salmista encajan con la pasión con facilidad. En ese sentido somos nosotros quienes también podemos identificarnos con ellas al ver en su vida el triunfo de Dios en él.
Así como el pueblo vinculaba su futuro y su vida con la del rey, ahora también podemos hacerlo nosotros. Cuando él vence, nosotros vencemos, cuando Dios cumple todos sus deseos, nosotros nos alegramos. Cuando él es “salvado” de las injusticias que recibió, compartimos la celebración (v.5).
Al pensar en nuestro futuro, una decisión sabia que podemos hacer es unirlo con el de Cristo. Es una “apuesta segura”. Nuestra victoria no depende, por tanto, de nosotros, sino de Él. El destino de nuestra vida está vinculado al suyo.
Por eso, al recordar y ver que él venció, podemos alegrarnos. Isaías profetizó que él vería el fruto de la aflicción de su alma y quedaía satisfecho, y nosotros le acompañamos en esa victoria. La suya es la nuestra. Esa es una de las razones por la que es importante recordar continuamente la cruz y la resurrección. En ella tenemos fuente de paz y de gozo, porque lo que ha vivido él lo hemos vivido nosotros.
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