Pero Dios redimirá mi vida del poder del Seol,
Porque él me tomará consigo. Selah
Salmo 49.15

El concepto de vida después de la muerte no estaba muy desarrollado en el pensamiento israelita. Esto dio lugar a que en los tiempos de Jesús (probablemente desde antes) había grupos intérpretes que creían que habría resurrección (fariseos) y otros que no (saduceos).

Pero en el Antiguo Testamento encontramos textos que inducen a pensar que Dios anuncia que hay algo más tras la muerte. El salmo 49 es uno de ellos. En él se cuenta que las riquezas no sirven para nada si al final todos morimos. No puedes acumular tanto dinero para rescatar o redimir la vida de la muerte. Y toda la alegría que te proporcionaron las riquezas es vacía (v.18). Su vida se asemeja a la de un animal, existencia que no tiene sentido.

En contraste, al que Dios toma como recto, parece que la muerte no le afecta de la misma manera. No se afirma que hay una resurrección, sino una especie de superación. ¿Qué significa eso? ¿Cómo es posible que si al final todos morimos por igual, no valga la pena vivir en este mundo con abundancia y cierta alegría? Ante la muerte ¿para qué vivir rectamente?

Aunque el autor no habla de forma específica o con palabras explícitas de revivir, se intuye esta posibilidad. Las palabras que usa para ello son curiosas. Y su significado quizá es más relevante que la cuestión temporal: “Dios me tomará consigo” (v.15). Después de esa frase, el autor del salmo decide que es tiempo de hacer una pausa o marca en la composición musical (selah), porque esto hay que pensarlo.

En el Antiguo Testamento tampoco se desarrolla ampliamente lo que significa la unión con Dios, pero también hay indicios sobre ello y aquí tenemos uno. Somos llamados a estar unidos a Dios, a identificarnos con él, a tomar su nombre para darnos valor, a pasar junto con él la misma experiencia humana. Él quiere tomarnos consigo.

Dejando a un lado la cuestión del acto de resucitar, del tiempo y de la eternidad, la diferencia entre muchos humanos es a quienes toma Dios consigo y a quienes no. Quienes viven y vivirán unidos a él y quienes como seres cuya existencia no alcanza a tener sentido. Si algo nos debe llamar a la resurrección no es el poder pervivir, sino la misteriosa experiencia de que él me tomará consigo.

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