6 Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos,
Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca.
7 Él junta como montón las aguas del mar;
Él pone en depósitos los abismos.
8 Tema a Jehová toda la tierra;
Teman delante de él todos los habitantes del mundo.
9 Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió.
Salmo 33:6-9
Puedo aprender la historia de España leyendo o inscribiéndome en un curso. Un profesor puede prepararme para hablar un idioma nuevo o incluso ejercer una profesión compleja. Sin embargo, no existen pautas teóricas para llegar a ser una persona temerosa de Dios.
Esto no quiere decir que no esté a mi alcance experimentarlo. Lo que significa es que no va a suceder a través de conocimientos o una serie de habilidades. Y es que hay algunas cosas a las que uno accede por “exposición”.
Dios me pide que le tema, pero ¿cómo se hace eso? No va a depender de mi voluntad inmediata. No puedo decidir temerle ahora y en el momento siguiente esperar haberlo conseguido. Para nada. Lo que puedo hacer es que, con el deseo de recibirlo y contando con la ayuda inestimable de Dios, tome las medidas pertinentes para ponerme a disposición de que suceda.
El salmo 33 me invita a temer a Dios a través de exponerme a aquellas cosas de la creación de Dios que me causan sobrecogimiento. Cuando dirijo mis sentidos a la naturaleza que me rodea e imagino a Dios hablando para crearla, mi corazón se prepara para sobrecogerse. Claro, que para ello necesito cierto tiempo, ya que el recorrido a mi corazón es más largo de lo que supongo.
Así que, alma mía, teme a Jehová, es decir, admira con atención la fuerza del mar, la inmensidad del universo, la profundidad de lo pequeño, lo inabarcable de la naturaleza y ve a Dios sobre todo ello.
Foto de Michael Krahn en Unsplash
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