28 Y aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro y a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.

La experiencia de Pedro, Juan y Jacobo

Jesús enseñó a sus discípulos lo que es vivir continuamente en la presencia de su Padre. Para ello les instruyó en algunas verdades que podríamos llamar teóricas o teológicas, pero también les mostró en qué consistía esa vida pidiéndoles que les acompañase.

Tenemos formas distintas de orar. Es probable que lo que más hacemos es hablar con Dios en nuestra intimidad, solos. También podemos tener la experiencia de hacerlo en comunidad, en reuniones específicas que organizamos para ello y que solemos llamar “cultos de oración”. Oramos juntos en la reunión dominical, aunque sea en tiempos breves. Hay personas que se ponen de acuerdo para pedir a Dios en momentos de más intimidad, en grupos pequeños o discipulados. Y también pedimos a alguien que ore por nosotros por alguna circunstancia específica, y puede que lo haga en ese momento en nuestra presencia.

Pero en esta invitación de Jesús hay algo distinto en la que, al menos yo, no he participado. Jesús va a estar con su padre y le dice a tres de sus discípulos: acompáñenme, quiero que estén cerca de mí en este momento que voy a orar. Realmente Jesús no les animó a orar todos juntos, ni su intención era rogar a Dios por algún problema que tuvieran ellos tres. Los motivos por los que los invitó no los tenemos del todo claro, pero una cosa sí podemos decir: aquellos hombres pudieron ver cómo Jesús estaba en la presencia de su Padre y cómo hablaba con él. 

¿Un reto para nosotros?

¿Puede ser esto un reto para nosotros? ¿Y si nos acompañamos unos a otros cuando estamos orando con nuestro padre? En la oración hay un elemento importante de intimidad, pero éste no tiene que ser vivido en soledad. Me pregunto qué produciría en todos nosotros el incorporar esta experiencia.

Foto de Paz Arando en Unsplash