“Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio.” Mateo 8:3.

Es más fácil amar en abstracto, es decir a personas que no conocemos, a quienes no le dirigimos la mirada o  la palabra. Creer que  estamos cumpliendo con “amar” cuando lo que hacemos es hacer un bien a personas que no conocemos. Algo también bueno, sin duda.

Porque, hagamos un paréntesis necesario y obvio. Estoy totalmente de acuerdo y a favor de aquellas organizaciones que de forma ética, voluntaria y desinteresada hacen llegar la ayuda necesaria a muchos lugares del mundo, más o menos cercanos a nosotros. Y a su vez estoy totalmente de acuerdo con el esfuerzo económico desinteresado de muchas personas que las apoyan. Esta reflexión no es en contra de anular o disminuir la ayuda que podamos ofrecer a estas organizaciones, sino una mirada hacia nosotros.

Porque lo que he estado pensando es que quizá podamos estar escudándonos nosotros mismos a través de estas organizaciones. Porque quizá las usamos para huir de los vínculos. Es cierto que no somos capaces de amar a todas las personas estableciendo un vínculo con todas ellas, eso sólo le corresponde a Dios, pero lo que me cuestiono es si precisamente nos acostumbramos a evitar amar personalmente e implicándonos con las personas y aliviamos nuestra conciencia a utilizando la ayuda a través de las organizaciones intermediarias.

Jesús atendió a las multitudes como multitudes. Cuando les dio de comer a muchas personas o cuando les hablaba en el monte o desde una barca, lo hacía a muchos, no de uno en uno. Pero eso no quitó para que pudiera acercarse personalmente a las personas, poniendo incluso en riesgo su reputación o su purificación ritual. Les tocaba, les hablaba, les miraba y escuchaba. Y son más estas historias que las que las otras.

Cuando Dios nos llama a amar, nos llama a hacerlo también de forma personal. De ahí los nombres en la Biblia, en las cartas, en los evangelios. De ahí las situaciones particulares, las conversaciones. Dios nos anima a amar dispuestos a conocer a otros, a que te conozcan, a mostrar debilidades, a cargar con las de otros. Unos a otros. Eliminar de nuestra vida el “allá él o ella”, el “cada uno con lo suyo”.

Y es que anhelamos que Dios nos ame de forma especial, y lo hace. Nosotros también podemos hacerlo con aquellos que están cerca de nosotros, el vecino, quien pide en la esquina diariamente y algunos en quienes quizás acabas de pensar.

Photo by Nick Fewings on Unsplash