El oído que escucha las amonestaciones de la vida,
Entre los sabios morará.
El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma;
Mas el que escucha la corrección tiene entendimiento.
Proverbios 15:31-32

La madurez no tiene porqué ser igual en cada uno de nosotros. Dios puede llevarnos por procesos y velocidades distintas hacia la santidad. Sin embargo, siempre hay elementos que pueden repetirse. Por eso, sin ánimo de pretender que todos tengamos que pasar por lo mismo, quiero describir un camino en el que uno puede ir constatando el crecimiento con respecto a afrontar las correcciones que nos ofrece Dios en la vida.

El tiempo de afrontar las excusas

La reacción habitual como humanos cuando somos corregidos con razón, ya sea por otros o porque nosotros mismos nos damos cuenta de nuestro paso en falso, es la de negar o justificar nuestro error o pecado: disminuir su gravedad, pensar que todos lo hacen, encontrar razones de peso por las que era inevitable que nos comportásemos de esa forma, porque fuimos víctimas de algo peor, etc.

De esta forma abordamos incorrectamente la vergüenza y la culpa que nos abruma, el pecado y el error, evitando el reconocer lo sucedido. Nos duele dar ese paso de confesión a uno mismo y a otros.

Sin embargo, el proceso de madurez y cambio lo podemos observar en este tiempo de lucha entre las excusas y el reconocimiento. Si tras esa lucha empezamos a desistir de las excusas y damos paso a la aceptación del error, Dios nos está llevando a dar un paso más.

Reduciendo el tiempo de respuesta

Con el tiempo y las inevitables ocasiones en las que nos equivocamos, vamos a observar que si decidimos continuar creciendo, el tiempo de lucha disminuye. Sucede que, según empieza nuestra mente a elaborar las excusas, comprendemos con más antelación que se ha iniciado un proceso que  ya sabemos cómo acabará,  cediendo cada vez más pronto.

Alcanzando la alegría

Sin embargo, todo no acaba aquí. Dios, en varias ocasiones señala la importancia de aceptar las correcciones como proceso de madurez. Más allá de la resignación, llega un momento en que apreciamos la corrección, porque significa por un lado que Dios nos está hablando y por otro que se nos está ofreciendo la oportunidad de descubrir las cosas que tenemos que cambiar y la posibilidad para hacerlo.

¿Por qué hemos llegado a este punto? Porque poco a poco, el deseo de ser transformados por Dios es más grande y poderoso que el de aparentar ante los demás. Entonces resulta que junto con la vergüenza y la culpa que aún perviven, surge la alegría de que podemos aprovechar la nueva oportunidad para ser más como Cristo.

Amando la corrección

El que ama la corrección ama la sabiduría

Proverbios 12:1

Entonces llegamos al momento en el que no sólo no la rechazamos o la aceptamos, sino que somos capaces de exponernos a ella. De alguna manera la buscamos, hasta el punto de amar la corrección. No disfrutamos del error, ni de la vergüenza o la culpa, y menos del daño que hemos cometido. Amamos ser corregidos porque la verdad nos hace crecer.

¿Cómo llegamos a ello? 

No es fácil a veces saber qué ha ocurrido para que este cambio se produzca. En parte hemos ido decidiendo aceptar las correcciones de la vida. Pero también puede que haya sucedido porque hemos afianzado nuestra persona en el amor.

La corrección tiene que ver con la verdad. Se nos pone a la vista la responsabilidad que hemos tenido en nuestros actos o palabras. En numerosas ocasiones en los textos bíblicos vemos que la verdad y el amor siempre van juntos (Efesios 4:15; 2 Juan 1:3).

Cuanto más disponemos de amor y cuanto más conscientes somos del amor de Dios y del de los que nos rodean, más arraigados estaremos para sobrellevar la verdad. Con amor, la verdad no nos destruirá, sino que será nuestra “amiga”. Porque no peligran nuestras relaciones ni sentimos miedo de ser minusvalorados ante nuestro fallo, ya que el valor como personas proviene exclusivamente del otro y no de nosotros.

Foto de Keren Fedida en Unsplash